Julio Verne sigue siendo una caja de sorpresas a un siglo largo de su muerte. Sobrino de Chateaubriand e hijo de un hombre de leyes, el autor de "Viaje al centro de la tierra" escribió, entre 1862 y 1905, nada menos que 82 novelas y relatos largos. Por un abuso de las estadísticas, cada tanto salen a la luz las predicciones cumplidas de Verne: el submarino, la nave espacial, el transatlántico, la televisión, el micrófono, los rascacielos o el bombardeo teleguiado. En síntesis, un oráculo eficiente. En todo caso, establecer un paralelo entre Verne y Nostradamus es menos importante que precisar que más alla de sus dotes proféticas, llegan sus virtudes poéticas.
Tomas Eloy Martínez, que definió a Verne como "un revolucionario violento que vivió disfrazado de conservador", recordó en alguna ocasión que Henri Michaux consideraba irrepetible el lenguaje utilizado por los pasajeros del Nautilus para describir la fauna de las profundidades marinas. Leámos un párrafo: "Tricópteros de alas con filamentos de pesadilla; costas siempre manchadas de barro en el que nacen los frufrú; triglos de hígado venenoso; badianes que llevan sobre los ojos una anteojera móvil; y fueles de hocico largo y tubular, verdaderos papamoscas del océano, armados con un fusil que no previeron ni los Chapesot ni los Remington, y que matan a los insectos disparándoles una solitaria gota de agua". Y esto mucho antes de Virginia Woolf o Gabriel García Márquez.
Desde que nace el 8 de febrero de 1828, la biografía de Verne registra ciertos hitos decisivos. A los once años, sin que su familia se entere hasta último momento, se apresta a embarcarse a la India con el objeto de llevarle un collar de coral a su prima Carolina. El padre lo baja del barco y le da una paliza inolvidable. En 1857 se instala en Amiens y en 1886 un sobrino le dispara dos tiros en una pierna. En 1889 se candidatea para concejal por la extrema izquierda; en 1882 se enferma de neurastenia y quema sus papeles íntimos; en 1904 le exige a su mujer vivir en absoluto silencio y ordena que nadie se le acerque. En 1905 muere a consecuencia de la parálisis y la diabetes.
Hasta aquí la fría ennumeración de datos, tantos como para hacernos una idea del verdadero Verne, bastante alejado del que durante más de un siglo se utilizó como prototipo del buen burgués. Pero la verdad es otra: este lector apasionado de Nietzche, que escribe sin parar desde el amanecer hasta la noche, va cayendo con el correr de los años en un pesimismo cada vez más intenso. Desengañado de su siglo y del futuro, escribe "Robur el conquistador", donde el optimismo de sus primeros libros da un giro definitivo. Entre 1903 y 1905, se dedica a la narración "Amo del mundo", donde da cuenta de un vehículo llamado "Espanto" que circula por el aire, la tierra y el agua; deja inconclusa "La sorprendente aventura de la misión Barzac"; y termina rápidamente, como poseído, "El eterno Adán", que su hijo Michael tardó un lustro en editar.
En el apogeo de su gloria, en Italia llegó a dudarse de la verdadera existencia de Verne, al punto que Edmundo D´Amicis debió viajar a Amiens para verificar personalmente que el autor de los "Viajes extraordinarios" era un ser de carne y hueso. No fue un viaje ocioso, ya que el propio Verne pretendió muchas veces disfrazar su verdadera personalidad. Basta leer las necrológicas escritas en 1905, para verificar que en cierto sentido lo logró. Pero ahora sabemos que el abuelo moralista era un viejo pícaro que dejó en su literatura las claves de su negra visión del mundo. A veces, el candor de la posteridad suele ser pasmoso.
(Publicado en el Diario Oficial de la Feria del Libro de Buenos Aires)