31 julio 2008

Taxi Driver en Buenos Aires


Por Humberto Acciarressi

Algunos todavía recordamos cuando, hace unos años, los taxistas porteños eran psicólogos ambulantes y las calles una especie de Villa Freud cuyas venas se bifurcaban como en los senderos de los jardines de Borges. El recuerdo remite, inevitablemente, a Taxi Driver. Imposible no evocar aquella escena cuando el psicópata Travis (Robert De Niro) escucha los planes asesinos de un esposo engañado interpretado por el propio Martin Scorsese, director del film. Ahora no. Las crisis económicas del país condujeron al volante a gente no preparada para el manejo de un taxi. Todos conocemos a alguno. Pero no nos detengamos en cuestiones sociológicas, para no entrar en la categoría del adagio de don Arturo Jauretche (cuando le decían "parasociólogo" y él respondía "pará, sociólogo").

La verdad es que ahora los psicólogos ambulantes son, paradójicamente, los pasajeros de los taxis. Y sus pacientes, los taxistas. En los últimos tiempos descubrí que sólo existe una forma de eludir sus dolores del alma: dejarlos hablar de política. Allí sí se ponen enfáticos, dictan cátedra, vaticinan apocalipsis, no dudan, recuerdan diluvios y luego suspiran. Y el suyo es un suspiro aliviado, casi condescendiente. Como si estuvieran esperando un "gracias" conmovido. Si usted tiene la suerte de bajarse justo allí, habrá pasado lo mejor sin problemas. Pero si el viaje es más largo, agarrate Catalina.

"Se lo digo yo, que estoy sentado aquí por...". Y empieza la sesión. Salvo violadores confesos, creo haber viajado con la más amplia galería de taxistas. Desde los que se jactan de ser golpeadores hasta los que se regodean de ser golpeados, ex-millonarios e inventores frustrados, especialistas en motores y expertos en mujeres, infieles y engañados, con hijos que son un primor hasta nenas de 17 que rozan la prostitución, los homofóbicos y los que señalando un travesti en Constitución dicen "mire que bomboncito", los que han sido asaltados y los que están seguros de serlo en las próximas horas, los duros y los blandos. Valga una aclaración: esto no es una crítica sino una descripción, sobre todo para quienes saborean el placer de conocer personajes.

Si la charla es demasiado corta y el viaje culmina, el taxista parará el reloj y dejará una anécdota flotando en el aire. Lo peor que usted puede hacer es no cortarlo en seco. Caso contrario le auguro entre cinco y diez minutos más de sesión, mientras el conductor se pasa de una mano a otra el vuelto que tiene que darle. Ah. Y que no se enteren que uno es periodista. Porque entonces, invariablemente, mientras usted cierra la puerta, escuchará una voz, cada vez más lejana, que le dice: "Escriba, escriba sobre lo que le conté que se llena de plata". Y uno, si es cinéfilo, pensará en Robert De Niro diciendo: "You talking to me...you talking to me...". Y siempre existirá el temor de que Oscar Wilde haya estado en lo cierto cuando decía que la realidad imita al arte.


27 julio 2008

Somos los dueños del equilibrio



"¿Alguien tiene derecho a juzgarme?
¿ tengo yo autorización para juzgar?
(...)
¿será un aviso para que empiece
a quemar yo rencores del ayer
a investigar cómo nacieron
por qué emigraron con mi paz cansina
y me dejaron un modesto escándalo?
(...)
Después de todo
Después de nada
No nos quejemos de nuestro azar
Somos los dueños del equilibrio"

Mario Benedetti 
(fragmento de "Juzgándonos", del libro "Testigo de uno mismo", que sale a la venta en unos pocos días)

Sofía Loren en 1955


Calle General Hornos, Constitución, 1938


25 julio 2008

Antonin Artaud y un bife con papas fritas


Por Humberto Acciarressi 

Dicen, pero no hay seguridad, que murió por una sobredósis de cloral autoadministrada. Dicen, también, que lo encontraron aferrado a un zapato en la cúspide de una locura que lo postró durante largos años de su vida y que no logró desintegrar su arte variado. Se sabe que Antonin Artaud fue escritor, poeta, actor de teatro y de cine, y que escribió algunos de los textos más inquietantes del siglo pasado.

Este ser excepcional, que al fallecer en marzo de 1948 parecía cargar con casi cincuenta años más de lo que tenía, escribió en una oportunidad: “En realidad nunca nací y es por eso que no puedo morir”. Ese tráfico espiritual con una eternidad soñada o con una desazón forzada, fue el que sostuvo mucho de esos trabajos que ahora publica Cántaro bajo el título inexpresivo de “Textos escogidos”. “Tric-Trac del cielo”, “Bilboquet”, “El arte y la muerte”, “Textos surrealistas”, son algunos de los capítulos que pueden recorrerse en este trabajo que, además, cuenta con una muy buena introducción de Pedro Rey.

Pero además está la correspondencia que Artaud mantuvo con Jacques Riviere, por entonces secretario de redacción de la Nouvelle Reveu Francaise, autor de una novela titulada “Aimeé” y muy recordado por haber defendido en su momento “En busca del tiempo perdido”, cuando André Gide defenestró la obra de Marcel Proust. Riviere murió joven, apenas un año después de haberle negado la publicación de algunos poemas a Artaud, lo que motivó el inicio de ese riquísimo intercambio epistolar, luego editado en forma del libro como “Una correspondencia” y con tres asteriscos en lugar del nombre del poeta.

El desgarramiento medular, el extrañamiento visceral que se advierte en los textos de Artaud, en la misma línea que otros suyos más conocidos, hacen de su aventura literaria una de las más singulares del siglo. Y eso que debe señalarse que son obras, las recopiladas en el libro, que integran la primera etapa de su íntimo y doloroso comercio con la literatura.

Escrito en instantes de “un lúcido agotamiento”, como dice Rey en el prefacio, Artaud le envió a una amiga (Marthe Robert, futura especialista en Kafka) unas líneas que completaban aquellas del no-poder-morir. Alli le dice: “Para los burros médicos-legales se trata de un delirio; para otros, de poesía; para mí, de algo tan verdadero como un bife con papas fritas”. Esa conciencia de una imposibilidad, esa provocación que ni sus compañeros surrealistas comprendieron, están en la columna vertebral de su obra, cuya primera época ahora puede releerse.

06 julio 2008

Antigua Plaza del Congreso, mirando hacia Avenida de Mayo


La mejor "Crisis" de todas


Por Humberto Acciarressi

Si al autor de estas líneas le preguntaran por dos revistas literarias que marcaron el siglo XX argentino, no dudaría ni un segundo en mencionar "Sur" de Victoria Ocampo y "Crisis" de Federico Vogelius. Claro que podrían agregarse otras, y que "Martín Fierro", "Contorno" y varios etcéteras más podrían integrar un listado con aspiraciones a multitud. Pero las que más influyeron en todo sentido fueron, sin duda, las mencionadas.

De "Sur", en verdad, se ha dicho muchísimo en el país y en el extranjero, y aún queda material en el tintero. Sin embargo, sobre "Crisis" no existen demasiados trabajos, y la noche de la dictadura militar mandó al fuego (por censura y en muchos casos por miedo de sus poseedores) colecciones completas de la revista. Por eso, trabajar sobre aquella publicación pagada, auspiciada, mimada y cuidada por Vogelius, uno de los personajes más fascinantes de nuestra cultura, nunca fue fácil.

"Crisis" salió en mayo de 1973 y dejó de aparecer en mayo de 1976, luego de cuarenta números que son difíciles de antologar por la calidad pareja y por las firmas que tenía. En 1972, cuenta la leyenda, Ernesto Sábato propuso el nombre al grupo inicial en el que había nombres como Ricardo Molinari, Romero Brest, Roger Pla, Abel Posse, etc. Lo cierto es que apareció en los kioscos dirigida por Eduardo Galeano y con Julia Fontenla (que abandonó en 1975) como secretaria de redacción.

Para que el lector joven tenga una idea, baste señalar un par de datos: en pocos meses se incorporaron a la redacción Juan Gelman, Aníbal Ford, Rogelio García Lupo (director de las Ediciones Crisis), Alfonso Alcalde, Mario Benedetti, Eduardo Romano, Haroldo Conti, Jorge Lafforgue, Jorge B. Rivera. Todos motorizando la publicación de material inédito de autores consagrados en el mundo, pero también de escritores noveles (Jorge Asís, Ricardo Piglia, Elvio Gandolfo, Liliana Hecker, Santiago Kovadloff, etc). Y esta es, apenas, una suscinta lista de nombres. Los que no vivieron esa época pueden imaginarse lo que era aquella redacción y lo que era el contenido de la revista, uno de los capítulos intelectuales más entrañables de aquellos años.

Hay en esta evocación una buena noticia: la Universidad de Quilmes acaba de publicar "Revista Crisis (1973-1976). Antología", que rescata artículos, reportajes, repercusiones, etc, con una presentación de María Sonderéguer. Es un libro impecable que deberían leer todos los estudiantes de periodismo y muchos periodistas. Del prólogo rescatamos una frase de Galeano, referida al final de la aventura :"La cerramos cuando descubrimos que más valía callarse... para no hablar por la mitad". Toda una definición.

(Publicado en La Razón, de Buenos Aires)









La penicilina en la Segunda Guerra Mundial