28 junio 2020

Los osos de peluche de Ydessa Hendeles: lo cotidano como arte

Por Humberto Acciarressi

Antes que nada debe aclararse que Ydessa Hendeles, canadiense por elección aunque nacida en Alemania, es mucho más que una curadora de museos, filántropa y artista destacada. Es una de las más importantes promotoras del arte, como por ejemplo de la obra del pionero de la fotografía Eadweard Muybridge (1830-1904) y la escultora Louise Bourgeois (1911-2010), por mencionar apenas dos notables. No es casual que la célebre revista ARTnews la haya calificado entre "las 50 personas más influyentes del mundo del arte". Una de las obras de esta difusora artística es singularmente maravillosa: entre 1999 y 2001, Hendeles buscó y encontró en sitios como eBay casi tres mil fotos de gente muy diversa de todas las épocas con ositos de peluche, en tomas provenientes de colecciones personales y álbumes familiares.

Valga una digresión. En 1902, una caricatura aparecida en el Washington Post mostraba al presidente de Estados Unidos Theodore Roosevelt negándose a dispararle a un oso en una cacería organizada por alguno de sus asesores con fines propagandísticos. A los pocos meses, dada la difusión del episodio y en alusión al sobrenombre del gobernante, se fabricó el primer osito de peluche con el nombre "Teddy Bear" (Oso Teddy). Desde entonces hasta la actualidad, el juguete se expandió por millones a lo largo, lo ancho y en los rincones más insólitos del mundo. Y, como resulta natural, nacido poco tiempo después que la fotografía, los ositos de peluche comenzaron a multiplicarse en las tomas familiares, aunque en ocasiones no sólo en ellas. Con ese material fotográfico rescatado del olvido y el anonimato, además de gran cantidad de ositos (algunos en triste estado de conservación), Hendeles presentó primero en su fundación en Toronto y luego en prestigiosos museos y bienales del mundo, su obra Partners (The Teddy Bear Project).

Basándose en este trabajo monumental, la directora belga de cine Agnès Varda (1928-2019), en uno de sus espectaculares y poéticos cortometrajes, "Ydessa, the bears and etc" de 2003, se ocupó de esta curiosa, simpática e importante colección de Hendeles. Naturalmente, como ya señalamos, esta artista y curadora de exposiciones no se agota ni mucho menos en este trabajo (también reflejado en libros). Si, en esta oportunidad, por las múltiples interpretaciones que se desprenden de un peluche producido en masa desde hace más de un siglo, y que ha estado en casamientos, en guerras, en selvas y montañas, en los sitios más insólitos, y en centenares de escenarios al margen del obvio cuarto de juguetes de los chicos. Y finalmente, lo que no es poco, la verificación de cómo un hecho cotidiano, casi vulgar, puede convertirse en material de museo, susceptible de ser considerado arte.

(Publicado en "El espectador de la cultura", de Buenos Aires)










YDESSA HENDELES EN EL DOCUMENTAL DE AGNES VARDA
DEL CATALOGO ALEMAN DE LA EXPOSICION DE MUNICH DE 2002


El silencio y el artista, según Susan Sontag


"El silencio es el supremo gesto ultraterreno del artista: mediante el silencio, se emancipa de la sujeción servil al mundo, que se presenta como mecenas, cliente, consumidor, antagonista, árbitro y deformador de su obra"
Susan Sontag

27 junio 2020

Clarice Lispector y su vida moldeada como un personaje


Por Humberto Acciarressi

He comprobado que Clarice Lispector, la escritora brasileña con mayor proyección internacional, o por lo menos la más conocida, comparte con nuestra Alejandra Pizarnik una curiosa paradoja: ambas son más nombradas que leídas. A diferencia de otras escritoras de trágico destino –la uruguaya Delmira Agustini, la argentina Alfonsina Storni, etc– ambas crecieron hasta convertirse en mitos literarios, y eso, como suele ocurrir, conspira contra la lectura de sus textos, extraños, oscuros, fascinantes. Clarice nació el 10 de diciembre de 1920, en los albores soviéticos, en un posiólok, especie de asentamiento entre pueblo y ciudad, llamado Chechelnik, fundado en el siglo XVI en Ucrania. Ese paraje fue un bastión anticomunista en esos años posteriores a la revolución rusa, y la futura escritora vio el mundo allí, casi de casualidad, con el nombre Chaya Pinjasovna Lispector, mientras sus padres huían de las masacres soviéticas. De allí, la familia escapó a la actual República de Moldavia, de allí a Rumania y en 1922 ya estaban en Recife, Brasil. El 9 de diciembre de 1977, un día antes de cumplir 57 años, falleció en Río de Janeiro, donde vivió desde los 14.

Entre una fecha y otra, Clarice tuvo una vida entre pintoresca y dramática, atravesada por una sensibilidad que se refleja en su arte poética, esa que exige a los lectores que se metan de cabeza en las profundidades de sus conceptos. La trama, en ella, a veces es lo de menos. Fue por eso que alguien, en cierta oportunidad, cometió la gaffe de decir que Lispector era una escritora en busca de un argumento. En su ajetreada existencia, Clarice fue periodista (a veces con seudónimo); en 1944 cuidó como enfermera a integrantes del batallón brasilero que peleó en la Segunda Guerra Mundial; fue retratada por Giorgio de Chirico; Henri Matisse ilustró la portada de la primera traducción que se hizo de un libro suyo ("Cerca del corazón salvaje", en francés); en la década del 60 se quedó dormida con un cigarrillo, prendió fuego a su dormitorio y quedó con severas quemaduras el resto de su vida; y en extensas reuniones de amigos le gustaba hablar de la muerte en todas sus variantes.

En una oportunidad, alguien hizo correr la versión que era una hechicera y ella ni se molestó en confirmarlo o desmentirlo. Si se sabe que concurrió, aunque no montada en una escoba, a un congreso de brujas realizado en Colombia. Cuando le preguntaron a Nádia Battella Gotlib, la autora de "Clarice, una vida que se cuenta" (editado por Adriana Hidalgo, se trata de uno de los más completos acercamientos realizados a la vida y la obra de la autora de "Un aprendizaje o el libro de los placeres"), si le había costado mucho armar el rompecabezas de esa existencia compleja, la biógrafa contestó: "Ella mentía muchísimo respecto de su vida. Tuve que montar la historia dejando de lado y cuestionando todos los datos que Clarice había dado, porque ella intentaba borrar todas sus huellas". No parece casual que ya internada para morir unas horas más tarde, sus últimas palabras -a una enfermera- hayan sido "Se muere mi personaje".

¿Qué la llevaba a borrar sus pasos? Tal vez no sea demasiado importante, como no lo es –salvo para armar la historia – el Rosebaud de "Citizen Kane", de Orson Welles. De hecho, ella misma escribió: "No hay hombre ni mujer que no se haya mirado en el espejo y no se haya sorprendido consigo mismo". Lo que es definitivamente insoslayable es su obra: sus novelas, sus poesías, sus libros infantiles. Estas piezas son las que llevan a decir que una vez que se llega a ella, es muy difícil de abandonar, como sucede con los grandes amores. Clarice tenía, sí, una convicción que dejó escrita: "No me den fórmulas ciertas, porque no espero acertar siempre. No me muestren lo que esperan de mí porque voy a seguir mi corazón. No me hagan ser lo que no soy, no me inviten a ser igual, porque sinceramente soy diferente. No sé amar por la mitad, no sé vivir de mentira, no sé volar con los pies en la tierra. Soy siempre yo misma, pero con seguridad no seré la misma para siempre".

(Publicado en el diario "La Razón", de Buenos Aires)

CLARICE LISPECTOR RETRATADA
POR GIORGIO DE CHIRICO

22 junio 2020

Einstein y una carta sobre el nazismo


Hace casi una década, en una casa de subastas de los Estados Unidos, fue rematada en casi 14.000 dólares una carta escrita por Albert Einstein en 1939. Lo interesante de ella es que el genio recalcaba en ella el "calamitoso peligro" de los nazis para los judíos, aún cuando muchos se negaban a verlo, lo que era doblemente grave si se considera que el mundo se encontraba en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. En aquella carta, el físico le escribió a un empresario de Nueva York, Hyman Zinn, dándole las gracias por ayudar a los refugiados judíos que huían de la persecución en la Alemania de Adolf Hitler.

"Debe ser una fuente de profunda satisfacción para usted estar haciendo una contribución tan importante para rescatar a nuestros perseguidos compañeros judíos de su calamitoso peligro y conduciéndolos hacia un futuro mejor", escribió Einstein a máquina, en papel membretado de la Universidad de Princeton. "No tenemos otro medio de autodefensa más que nuestra solidaridad y nuestro conocimiento de que la causa por la cual estamos sufriendo es una causa trascendental y sagrada", escribió el genio de la Física, que ante el crecimiento de Hitler y sus hordas criminales, aún antes del triunfo de éste en las elecciones germanas, había abandonado Alemania en diciembre de 1932. Es decir, siete años antes de la carta que mencionamos.

29 mayo 2020

Francois Bourgeon y sus clásicos


El historietista francés François Bourgeon, autor entre otras de las dos exitosas sagas Los Pasajeros del Viento y Los compañeros del Crepúsculo, se caracteriza por sus ambientaciones históricas y el protagonismo femenino en sus historietas. Aqui algunas de sus ilustraciones.


17 mayo 2020

Tim Walker, el mago inglés de la fotografía de moda


No es la primera vez que nos ocupamos de Tim Walker, fotógrafo inglés que se encuentra en la vanguardia de la fotografía de moda, con imágenes de una extraordinaria belleza poética. Sus escenarios extravagantes y oníricos, muchas veces inspirados en cuentos o películas, cuentan historias de lo más variadas, en un periplo iniciado gracias a un antiguo trabajo en una librería en la que ordenaba archivos de Cecil Beaton. Walker, que fue asistente del gran Richard Avedon, en 1995, con 25 años, realizó su primera sesión para la revista Vogue. A partir de ese momento sus obras han ilustrado las ediciones inglesas, italianas, estadounidenses y asiáticas de la publicación. Además de haber trabajado con las marcas más importantes del mundo de la moda internacional, fue colaborador del cineasta Tim Burton. No es esa su única relación con el cine. También ha fotografiado a artistas como Madonna, Emma Watson, Helena Boham-Carter, Ethan Hawke, Scarlett Johansson, Emma Stone, Marion Cotillard. etc.










Discurso de Albert Camus de aceptación del Premio Nobel


"Al recibir la distinción con que ha querido honrarme su libre Academia, mi gratitud es más profunda cuando evalúo hasta qué punto esa recompensa sobrepasa mis méritos personales. Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer su decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre, casi joven todavía, rico sólo por sus dudas, con una obra apenas desarrollada, habituado a vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin una especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, a plena luz? ¿Con qué ánimo podía recibir ese honor al tiempo que, en tantos sitios, otros escritores, algunos de los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conoce una desdicha incesante?

He sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme de acuerdo con un destino demasiado generoso. Y como era imposible igualarme a él con el único apoyo de mis méritos, no he hallado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permítanme, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, que les diga, lo más sencillamente posible, cuál es esa idea.

Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de cualquier cosa. Por el contrario, si me es necesario es porque no me separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, a la par de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos.

El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo hacia los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdadero artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar partido en este mundo, sólo puede ser por una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones, en el otro extremo del mundo, basta para sacar al escritor de su soledad, por lo menos, cada vez que logre, entre los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trate de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte.

Nadie es lo bastante grande para semejante vocación. Sin embargo, en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre para poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio a la verdad, y el servicio a la libertad. Y puesto que su vocación consiste en reunir al mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira ni a la servidumbre porque, donde reinan, crece el aislamiento. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia ante la opresión.

Durante más de veinte años de historia demencial, perdido sin remedio, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, especialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años en la época de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, Y que para completar su educación se vieron enfrentados a la guerra de España, a la segunda guerra mundial, al universo de los campos de concentración, a la Europa de la tortura y de las prisiones, se ven hoy obligados a orientar a sus hijos y a sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación han reivindicado el derecho al deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de entre nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad.

Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en si misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que se corre el riesgo de que nuestros grandes inquisidores establezcan para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la Alianza.

No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme.

Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas, y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exultante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mi, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir.

Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos limites, a mis dudas y también a mi difícil fe, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabáis de hacerme. Más libre también para decir que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y sí, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me falta dar las gracias, desde el fondo de mi corazón, y hacer públicamente, en señal personal de gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a si mismo, silenciosamente, todos los días"

ALBERT CAMUS
(10 de diciembre de 1957, Estocolmo)