Por Humberto Acciarressi
Están desde hace siete años reclamando como soldados que dicen haberlo sido en tiempos de la Guerra de Malvinas (no figuran en los padrones, sostiene el gobierno). Aspiran a tener los mismos privilegios -si pueden llamarse de esa forma- que aquellos que combatieron en las islas australes, sea en tierra, aire o mar. Nuestra Constitución consagra el derecho a peticionar ante las autoridades y es justo que los reclamos sean tenidos en cuenta, algo que no parece haber ocurrido en este caso. Pero dicho esto tengo que confesar que hace mucho tiempo que no veo tan azorado lo que están haciendo los hoy veteranos ex soldados para llamar la atención. A esta altura ya sabés que se pusieron a construir una casa de ladrillos y baño, con fosa y conexión a caños maestros incluidos, en medio de la histórica Plaza de Mayo. Para colmo, a pesar de la orden de una fiscal, la Policía Federal se niega a cumplir con el desalojo e incautación del cemento, la cal, las palas y demás elementos de albañilería. Todo en el marco de la embestida que el gobierno nacional emprendió hace bastantes años contra el Ejecutivo porteño.
Sea como sea, estamos en presencia de una bizarrada mayúscula, o mejor dicho de un absurdo que ya está recorriendo el mundo, gracias al trabajo de los corresponsales y de los mismos turistas que miran sin entender lo que pasa en el corazón administrativo de nuestro país y lo meten en las cosmopolitas redes sociales. Vamos a decirlo con todas las letras. Ni a Eugene Ionesco, ni a Samuel Beckett, ni a Arthur Adamov, en el terreno de la dramaturgia, ni a Lewis Carroll, o Franza Kafka, o Gogol en la narrativa, se les hubiera imaginado un dislate de tales proporciones. Lo absurdo es, en definición de Albert Camus en "El mito de Sísifo", "esencialmente un divorcio" y nace de la comparación "entre un estado de hecho y cierta realidad, entre una acción y el mundo que lo supera". Se me dirá que la Argentina actual está regida por esta definición, pero cada día se profundiza en ese abismo que es singular y atractivo en la literatura, pero escandalosamente ridículo en la vida cotidiana.
Lo que está ocurriendo en la Plaza de Mayo no debería terminar mal, pero la realidad es que no tendría que haber comenzado. Insisto: es absurdo y provoca vergüenza. La acción y la reacción son, de lejos, la muestra de que hay "algo podrido en Dinamarca". Y me gustaría añadir una reflexión. Cuando alguien quiere concitar la atención, lo que haga debe tener cierta moderación. Si una chica no te da ni la hora, nadie te va a justificar cuando por eso le prendas fuego a la pizzería en la que la ves siempre. O si resolvés tirar a tu mujer por un barranco porque el tuco de los ravioles estaba frío, no te va a servir para atenuar el crimen. La "casa" de la Plaza de Mayo está en este orden de cosas. Pero insisto, es un absurdo tan desproporcionado que Ionesco ni siquiera lo hubiera considerado para alguna de sus obras. Lo que es mucho decir.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)