Por Humberto Acciarressi
Jean Paul Sartre sufre póstumamente la desgracia de haber sido un pensador de moda y uno de los autores más vendidos en el mundo durante, por lo menos, dos décadas. Demasiada exposición para salir airoso. Desde los años cincuenta hasta los 70 su obra influyó más que cualquier otra sobre las letras y las corrientes subterráneas que conforman la sociedad: la moda era estar con Sartre o contra Sartre. Malentendido o no, pudo haber sido una exageración. Pero no lo es menos que, en un mundo pragmático donde las ideas novedosas brillan por su ausencia, su obra sea considerada perimida.
Ya a su muerte, el 15 de abril de 1980 a los 74 años -había nacido en París el 21 de junio de 1905- decenas de artículos denostaron su obra con un entusiasmo digno de otras causaas. Por ejemplo, Juan Liscano, desde Caracas, sostenía que Sartre no era filósofo, tampoco un gran escritor y que su narrativa no resistía la crítica. Y era apenas uno en medio de un coro excesivamente numeroso. Y sin embargo...
En el tránsito de la fenomenología al existencialismo, su arribo a los arrabales del marxismo-leninismo, su desengaño del Gulag y sus adhesiones al maoísmo, Sartre fue cosechando amigos y enemigos casi por partes iguales. Pero contrariamente a lo que sostuvieron sus detractores, el autor de "La náusea" fue siempre un intelectual honesto, obsesionado con el pensamiento y con los problemas de su tiempo. Esto lo llevó durante la ocupación alemana a participar de la Resistencia francesa. También a no afiliarse al partido Comunista francés y poder criticar las intervenciones soviéticas a Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968. O a uno de sus gestos más radicales, la renuncia al Premio Nobel que se le concedió en 1964 por considerar que, aceptarlo, comprometía su integridad de escritor.
Pero fundamentalmente, no fue un pensador superficial como sí lo fueron -y aún lo son- muchos de sus críticos. Obras filosóficas como "El ser y la nada" -su tratado más célebre- piezas teatrales como "Las moscas", su novela "La náusea", la serie inconclusa compuesta por "La edad de la razón", "El aplazamiento" y "La muerte en el alma" y su tarea al frente de la revista Les Temps Modernes junto a su compañera Simone de Beauvoir son apenas algunos jalones de ese permanente movimiento intelectual. La soledad, la angustia, el fracaso, la muerte -los temas eternos del hombre- están en la obra de ese personaje feo, bizco y genial que se llamó Jean Paul Sartre. Demasiado peso para los devotos del videoclip, las lecturas fáciles y las frases hechas. Así, la crítica y hasta la indiferencia pueden ser un homenaje.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)