Su vida trazó una rara parábola. Le gustaba viajar por el mundo en barco y tenía el tipo de mirada a la que ningún hombre puede ser indiferente. Nació el 7 de noviembre de 1906 en una casa de la calle Esmeralda cuyo número nunca recordaba; amaba el mar y a los 75 años se jactaba de conocer más de 25 países. Aunque era más argentina que la calle Corrientes y el dulce de leche, cuando quedó huérfana, a los seis años, sus abuelos maternos, que vivían en Francia, la recibieron en medio de las luces de la Belle Epoque parisiense. Su nombre verdadero era Rosa Emma Sayus Capdevielle, pero el de Mona Maris la inmortalizó en el imaginario popular de los porteños y en el corazón de algunos hombres.
La vida de la vampiresa de los ojos profundos y sensuales tiene dos o tres hitos decisivos. El primero ocurrió en 1927, cuando un alemán cazador de talentos vio la foto de una bella chica en el hipódromo de Longchamps y resolvió rastrearla. La joven estaba de suerte: esa tarde había ganado apostando a un caballo americano, un tal "Take my tip". Aunque Mona Maris nunca supo cómo lo logró, lo cierto es que el sujeto la encontró y le propuso hacer una prueba en un set de filmación de Alemania. Acompañada por su abuela subió al tren que rumbeaba para Berlín, donde al poco tiempo ya tenía firmado un contrato por un año.
La bella morocha filmó en tierra germana tres películas; la más famosa de ellas "Los esclavos del Volga". Nada de otro mundo. Sin embargo, esta experiencia le sirvió como trampolín para saltar a Hollywood, a donde llegó en 1929 (fecha de la foto que acompaña estas líneas) para abrochar, con la Fox, un contrato por cinco años. Ese fue el segundo gran mojón de su carrera. Allí Mona Maris trabajó en más de cuarenta películas, al lado de "nenes" de la talla de Mirna Loy, Ginger Rogers, Buster Keaton y Humphrey Bogart. Para los argentinos, esa trayectoria hubiera servido para recordarla de tanto en tanto. Después de todo, no cualquier chica nacida en el barrio de Monserrat llega a codearse con los popes del cine mundial. Y sin embargo...
El tercer gran momento de la vida de Mona Maris se concretó cuando le ofrecieron trabajar al lado de un cantor argentino que cautivaba a los públicos de todo el mundo: Carlos Gardel. Durante el mes que duró la filmación de "Cuesta abajo", la mujer de los ojos cautivantes compartió con el Zorzal charlas y silencios, cenas y escenas, y hasta un flirteo que generó la leyenda de un romance que ella misma se encargó de desmentir. Y si no pasó nada no fue por falta de atracción mutua. "Por ese entonces - recordaba la actriz en los umbrales de su propia eternidad - Carlos tenía una relación muy seria con una señora americana. Y Gardel era hombre de una mujer por vez". De aquel breve lapso de su vida, a la chica de Monserrat le quedaron una placa de oro que le regaló el cantor (que se la robaron de una caja de seguridad del banco de Galicia); el recuerdo de aquella fascinante relación; y una fama que la consagró definitivamente en el corazón de los argentinos.
Pero el destino de Mona Maris no se frenó el trágico 24 de junio de 1935, cuando la leyenda de Gardel se disparó al futuro desde las ruinas de un avión en llamas en el aeropuerto de Medellín. La chica siguió recorriendo su propio camino: filmó algunas películas en su país natal (ya mayor tuvo un papel en "Camila", de María Luisa Bemberg); se casó y se separó del ingeniero holandés Harry Ruck Gelderman; se peleó por cuestiones de celos profesionales con Zully Moreno; y aseguró que tuvo "la desgracia de conocer al perverso de Chaplin".
En la madrugada del 23 de marzo de 1991, la "mala" de "Cuesta abajo" se murió en Buenos Aires, luego de muchos años de ausencia física y recuerdos constantes. De todos los filmes que rodó, sólo uno se emite religiosamente en cada aniversario de la muerte de Gardel. Podemos aventurar algo: el hombre que diga que no vive pendiente de la voz y los ojos de Mona Maris en esa película, por lo menos no es sincero. Y eso que en medio de sus miradas está la impar voz del cantor. Lo que no es poco.