28 diciembre 2006

Con una ayudita de mis amigos: Sagardia


LA ABULIA Y EL INDICE DERECHO

por Diego Sagardia

En los elocuentes movimientos de sus ojos se profundizó la rabia. En el andar cansado se reflejó su ira. En la voz entrecortada, su autoexclusión. Con poco aire en los pulmones y escasas ideas sanas, contó hasta veinte, miró con añoranza la puerta de la casa de sus padres y largó el llanto sin acción. Para qué sufrir tanto, pensó. Por qué tanto dolor en el pecho. Encendió un cigarrillo con un fósforo solitario, acomodó el humo en la boca, lo expulsó y lo siguió con desdén, como quien mira sin querer hacerlo. Pocas cosas le molestaban tanto como el recuerdo. Sin embargo, quienes lo escucharon por última vez aseguran que insultó al presente en su idioma de silencios que otorgan.

A las cinco de la tarde, sin ironías ni reflejos, cansado e infeliz, al borde de la histeria muda e inconsciente, decidió repasar ese álbum imaginario de fotos. En brazos de su madre, en el sanatorio, con pelos negros, cara pequeña, ojos cerrados. En brazos de su padre, con la camiseta del club del barrio. La primera comunión. El blanco guardapolvos. Las fiestas de cumpleaños. Los amigos. Los familiares. El perro. El caballo. El desorden fue inevitable, accedió por consecuencia e interés a la oscura calma que se ubica por delante de las catástrofes. Sintió que estaba loco. Sin saber que significaba la locura. El, que había criticado y ensuciado a las definiciones, de repente quedaba encerrado por ellas. El artículo femenino, en plural, lo hizo tomar otra decisión. Así, comenzó a describir mentalmente sus penurias. Hasta que el coraje se presentó. Fue en ese momento cuando se oyó, cuando logró escuchar con armonía las letras agrupadas que formaban su nombre. Siempre quiso llamarse de otra manera, sin preferencias a la hora de la elección. Creía y se ilusionaba con que de esa manera podía acceder a otro formato de vida. Pero no. Por más que cambiara, por dentro sentiría esa rara energía, la abulia sintetizadora. Nihilista, escéptico, ateo, sin dogmas ni preceptos, abandonó su vértigo cuando el índice derecho accionó el gatillo.

El disparo multiplicó su cabeza. Fue tal el ruido que cuando despertó comenzó a morirse de risa.