28 septiembre 2006

El misterio de los libros asesinos

Por Humberto Acciarressi

El serialismo criminal es vasto e inabarcable. Una de sus variantes, la de los asesinos, es acaso la cara más conocida, aunque no por eso menos inquietante. Hay quienes matan con un puñal, pero hay quienes lo hacen con una palabra, como dice Oscar Wilde al comienzo de “La balada de la cárcel de Reading”. Y en el caso de los libros que recordaremos a vuelo de pájaro, hay algunos que han provocado más muertes que ciertos asesinos célebres. No huelga aclarar, sin embargo, que muchas de estas obras aún no han acreditado su existencia real. De otras, además, se sabe que nunca consiguieron el privilegio de la imprenta y pertenecen al campo –atrayente, es cierto- de la leyenda. Y a pesar de esto, hay gente que murió y mató por ellos. Más que su contenido, casi siempre esquivo y errático de acuerdo a quien sea el comentarista, lo interesante son las historias que los contienen a ellos.

El papiro más antiguo del mundo

De acuerdo a lo que narra la leyenda, el Libro de Toth contenía el secreto de un poder ilimitado. En realidad se trataba de un papiro, el más antiguo de todos, que permitía a su poseedor mirar cara a cara el sol, entender el idioma de los animales y resucitar a los muertos. Lo que no es poco, si tenemos en cuenta que condujo a la muerte a decenas de magos que en todas las épocas alardearon de poseerlo. La destrucción de la biblioteca de Alejandría se llevó libros preciados y preciosos. Entre ellos, algunas de las obras que nos ocupan y de las que sólo hay referencias posteriores. Una de ellas es la Historia del Mundo, del sacerdote babilónico Beroso, quien –dice la tradición- narraba en sus páginas los primeros contactos con los extraterrestres y las enseñanzas de los seres galácticos. Quienes dijeron poseerlo tampoco terminaron sus días de muerte natural.

Otro de los libros malditos es Las estancias de Dzyan, del que –entre otras cosas- se ignora quien fue el primero en mencionarlo. Apareció de golpe, sin aviso previo. Se sabe, eso sí, que lo bautizó Louis Jacolliot en el siglo XIX, aunque este dato carece de importancia si se considera que la obra habría sido escrita por venusinos. Una de las que padeció el karma maldito de este libro fue nada menos que Madame Blavatsky, quien –según ella misma contaba- lo había recibido de un mago copto con quien compartió algunas experiencias místicas y bastante cama en El Cairo. De acuerdo a las narraciones, el seductor nigromante había realizado copias del original, salvado oportunamente en Alejandría y por ese entonces en un monasterio del Tibet.

Sin embargo, Blavatsky no se habría contentado con echarle una ojeada al libro, sino que se lo robó para su biblioteca personal. Hecho que, si lo que ella misma contó fuese cierto, el mago fanfarrón se merecía. Lo real es que a partir de ese momento, la vida de la mujer se convirtió en un castigo: sufrió amenazas y hasta un atentado a balazos contra su vida. Como si fuera una película, cuando Blavatsky iba a revelar su contenido en una conferencia de prensa, la obra le fue robada de una caja fuerte. Su existencia, a esa altura, pasó del calvario a la bancarrota total, y asi siguió hasta su muerte. Concretamente, lo más probable es que el libro no exista. Pero en todo caso es un buen tema para Hollywood.

El abad Tritemo y el extraño John Dee

El abad Tritemo, un extraño personaje sobre cuya existencia ya no quedan dudas, dijo haber recibido en sueños a un ser angélico, que le transmitió el texto de un libro llamado Esteganografía, que casi nadie vio nunca. Sin embargo, hay un dato que parece confirmar que algo existió, ya que el Santo Oficio, con fecha 7 de septiembre de 1609, prohibió la obra, aunque en esa época muchas cosas se censuraban de oídas y por si las moscas. No fueron pocos los que fueron a parar a las piras de la Inquisición por el sólo hecho de alardear de la posesión de esta obra que, según se decía, revelaba las claves de una escritura secreta y permitía manejar a las personas a distancia, con el mero poder de la mente.

Alguien que parece haber visto la Esteganografía es uno de los sujetos más atrayentes de todos los tiempos: John Dee (1527-1608). Entre otras cuestiones, este distinguido matemático fue quien concibió la idea del meridiano único, el de Greenwich. Además fue un experto en literaturas clásicas, fabricó autómatas que se paseaban por los salones reales ingleses, fue el primero en ser seducido por la idea del viaje en el tiempo, y contribuyó enormemente con sus conocimientos a la armada británica. Sin embargo, en cierto momento, cayó en desgracia acusado de “conspiración mágica” contra María Tudor.

Dee, un personaje sobre quien todavía no se ha escrito lo suficiente, experimentó una noche de 1581 el episodio más extraordinario de su vida: se le apareció un ángel y le entregó un espejo negro –que en la actualidad se conserva en el Museo Británico-, mediante el cual podía comunicarse con seres de otros mundos. El científico tomó notas de sus charlas y las volcó en varios manuscritos en los que describe el lenguaje “enoquiano” de los extraños. Luego, al darse cuenta que necesitaba ayudantes para proseguir con sus investigaciones, no tuvo mejor idea que contratar a dos vivillos que lo esquilmaron hasta dejarlo en la miseria. Desesperado, acudió a la reina Isabel, a quien le confesó que era alquimista. La monarca, nada lerda en contestaciones, cortó por lo sano: le dijo que si podía transmutar cualquier metal en oro, se hiciera lo necesario para poder terminar sus días dignamente. Hay un dato que no merece ser descartado: algunos críticos consideran que Dee, contemporáneo de Shakespeare, fue quien inspiró a Próspero, el personaje de “La tempestad"

El libro que nunca existió

Otro de los libros que condujeron a la miseria o a la muerte a quienes se declararon sus poseedores fue el llamado Manuscrito Voynich, presuntamente escrito en una lengua artificial por Roger Bacon, quien decía poseer los documentos originales del rey Salomón con las claves de los grandes misterios del universo. Este singular personaje, cuyos conocimientos llegaron a ser prácticamente ilimitados y hoy es reconocido como uno de los pioneros de la ciencia experimental, anotó hacia 1250: “El que escribe sobre cosas secretas de manera que no se oculten al vulgo es un loco”. Lo cierto es que el libro, redactado en clave secreta por Bacon, fue a parar a manos de nuestro ya conocido John Dee, que además era un fanático de las obras extrañas.

Dejando de lado otras cuestiones apasionantes en torno a Bacon y Dee, lo cierto es que el tiempo llevó el manuscrito a una librería de Nueva York, donde hasta no hace mucho estaba en venta por unos cuantos miles de dólares. Tal vez sea el único caso en que uno de esos libros de los que todos hablan y nadie vio, puede estudiarse detenidamente. Por lo pronto, se sabe que está escrito en clave sencilla, pero hasta el momento indescifrable. Los análisis continúan, pero parece que cuando Bacon hablaba de no dirigirse al vulgo, lo decía en serio.

El catálogo no se agota tan fácilmente. Hay decenas de obras que acarrearon miseria, destierros, persecuciones y muerte a quienes dijeron poseerlas. Muchos de esos libros, sabemos hoy, nunca existieron. De otros, peor aún, podemos decir que eran meros apuntes de los saberes científicos de un determinado siglo y no revelaban ningún arcano. Las circunstancias que rodearon algunas obras, sin embargo, aún deberían ser estudiadas más detenidamente, a la luz de los hallazgos recientes. Hay algo que, más allá de toda consideración al respecto, no es ocioso precisar: decenas de títulos con rango de best-sellers que pueblan las librerías de todo el mundo, no son sino la superchería fabricada por los ghost-writers de algunas editoriales.

Un último desconsuelo para quienes creen haber leído obras fabulosas o suponen que podrán arrancarle algún secreto a libros llegados desde la noche de los tiempos. En ciertas librerías de Buenos Aires, en ediciones que van de las rústicas hasta las lujosamente encuadernadas, se venden ejemplares del Necronomicón. Pues bien, este libro nunca existió. Se trata de un invento de H.P.Lovecraft, quien en una carta en la que no falta el rasgo irónico, le contó la humorada a Jacques Bergier, especialista en las cuestiones que abordamos en estas anotaciones. Pero vaya uno a convencer a quien ya está convencido de lo contrario. Después de todo, como venimos señalando, ciertos libros siguen dejando un tendal de muertos.

(Publicado en el “Cuaderno de Némesis” titulado “Monstruos, aparecidos y otras rarezas”)