06 enero 2007

El incómodo Truman Capote


Por Humberto Acciarressi

Aunque nunca le salió demasiado bien, Truman Capote siempre jugó a guardar las formas, incluso con sus desafíos verbales al estilo de "soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio". En 1947, cuando recién dejaba la adolescencia, escribía "Otras voces y otros ámbitos" y se preparaba para crear los recursos literarios que renovarían la escritura del siglo, posó con cara de niño terrible para Henri Cartier-Bresson. La foto es, ni más ni menos, lo que Truman esperaba de él mismo.

Lo que pocos sabían es que por entonces ya había escrito un libro - "Summer Crossing"-, que años más tarde juró haber destruido. No fue así. O porque le faltó coraje, o porque imaginó que algún día valdría algo. Hace unos meses salió a la luz en una subasta, Random House se puso en primera fila, y luego de superar algunos pruritos fue publicada como la obra que un genio escribió a los 19 años.

La literatura atraviesa, desde hace un tiempo, una "capotemanía". No está mal por varios motivos. El fundamental, que es uno de los exponentes literarios más genuinos del siglo y su obra, más que deudora, es acreedora de otras posteriores. Por mal que le caiga a los seguidores de Norman Mailer, que criticó duramente "A sangre fría" y después siguió sus pasos con "La canción del verdugo".

Truman es autor de varias hazañas: se codeó con los poderosos y luego los desmenuzó con crueldad prolija. Puede decirse, incluso, que las "víctimas" del jet-set adoraban ser vapuleadas por ese geniecillo que con un par de adjetivos podía hundir o elevar a cualquiera. Entre tanto periodismo cholulo, Capote resulta incómodo. Sobre todo si eso va acompañado por reportajes como los realizados a Marilyn Monroe o a Marlon Brando.

Truman, seductor endiablado, necesitaba afecto. Pero no dudó en arrojar a los perros la virilidad de Errol Flynn al confesar que había sido su amante. O en calificar: "Jane Fonda es para vomitar"; "Robert De Niro es el hombre invisible, no existe"; "Meryl Streep me fastidia porque parece un pollo". Alcohol y drogas lo llevaron de la melancolía a las internaciones. En 1978 anunció su suicidio en cámaras. No cumplió. Duró unos años más con su sombrero Stetson, el moño, los anteojos negros y su genio descomunal.

Capote había nacido el 30 de septiembre de 1924; falleció en agosto de 1984, días antes de cumplir sesenta. Su anfitriona en Los Angeles lo encontró muerto en su cuarto, trabajando en "Plegarias atendidas", el libro que abre con una frase de Santa Teresa: "Se han derramado más lágrimas por las plegarias atendidas que por las que quedaron sin respuesta". Hubiera esperado vivir un poco más. Cuestión de terminar la obra y asistir a su propia fiesta de cumpleaños.

(Publicado en "Tiempo de Arte")

Dejen en paz a Vladimir Nabokov


Por Humberto Acciarressi

"The original of Laura".Ese el nombre de la última novela de Vladimir Nabokov (1899-1977), ahora en poder de su hijo Dimitri. Así como Virgilio y Kafka pidieron que quemaran sus libros tras sus respectivas muertes, el autor de "Lolita" habría encargado el incendio de su obra inédita. Nunca lo sabremos, pero es lo que dice el hijo. Queda, en todo caso, ver cómo reacciona el susodicho heredero: si como los amigos del romano o como Max Brod desobedece el mandato (algo que ya parece seguro), o si se convierte en un piromaníaco digno del Farenheit de Bradbury.

En tanto, no huelga recordar que estamos a cinco décadas de la publicación de "Lolita" en Francia y en inglés, muy lejos de Rusia y del idioma de Nabokov. La audacia del editor Maurice Girodias, el escándalo y la censura en sitios tan distantes como la URSS y la Argentina de aquellos años, son hechos bien conocidos. Las Lolitas del cine incrementaron el frenesí de los puritanos. Dolores Haze, que con sus mascadas de chicle y su trato áspero vuelve loco al torturado Humber Humber, fue al cine en un par de oportunidades. Primero, de la mano de Stanley Kubrick con James Mason y Sue Lyon; luego, Adrian Lyne optó por Dominique Swain para el papel de la nena y el inefable Jeremy Irons como el profesor desesperado.

Mientras se dilucida si lo del hijo es un ardid publicitario, no está de más recordar que Vladimir Nabokov fue mucho más que su escándalo. Coleccionista de libros y cazador de mariposas, fue un escritor de vida plácida y algunas páginas inquietantes. Huyó de Rusia y anduvo por Francia, Nueva York y Alemania. Obras como "Desesperación", "Invitado a una decapitación", "Mirá los arlequines" o "Pálido fuego" merecerían mayor difusión de la que tienen.

Podría agregarse que Nabokov no iba al cine ni tenía televisión, no asistía a reuniones sociales y, naturalmente, jamás las organizaba. O que en el umbral de su muerte en la apacible Suiza de los quesos y los relojes confesó: "No necesito amigos que lean mis libros. Prefiero a la gente alegre con sentido del humor". Podrían, por cierto, agregarse muchas cosas. Y siempre quedaría mucho por decir.

(Publicado en "Tiempo de Arte")