"Sufro con todos aquellos que tienen miedo. Yo misma sufro de eso. Se dice que la mayor parte de los trastornos de ansiedad se curan rápida y fácilmente ¿Por qué entonces no hemos sido sanados? ¿Será porque en el mundo nada es sano? ¿Por qué debemos ser curados precisamente nosotros? Una terapia exige grandes esfuerzos, y muchos de nosotros estamos cansados de asumir tales esfuerzos.
Muchos, entre los cuales me encuentro, hemos tratado con diversos medios de vencer este miedo. A menudo me invade una rabia inexplicable, contra mí misma, especialmente contra mí misma; esto es lo autodestructivo del miedo: no se puede ir en contra de sí mismo. Hay tantas cosas que no pueden ser sobrepasadas, tal vez no se debería ni siquiera intentarlo, pero el miedo es como un permanente paseo hacia la nada, hacia un precipicio.
La rabia de nunca terminar de caer pero al mismo tiempo tampoco de salir, a pesar de no haber estado dentro, se vuelve contra uno mismo, contra la propia incapacidad. Tal incapacidad nos enfrenta con aquello que tememos. Nuestra pérdida de la capacidad de defendernos es inentendible para alguien que no haya atravesado por eso. Inentendible para alguien que desconozca esta pérdida de la defensa, esta pasividad impuesta y abarcativa.
Es como si uno fuera un animal y el miedo se nos sentara en el lomo: uno no se lo puede sacudir de encima, ni siquiera se puede tratar, pues sólo el intento implicará el uso de tanta fuerza de la cual no se dispone. Uno tiembla, se estremece, es desesperante cuando se es derrotado por el miedo y este no quiere ceder. Pero también se es feliz cuando se es vencido por el miedo –y he aquí la otra cara del miedo–, pues nos protege de tener que confrontar con un mundo que pretendería imponernos sus reglas. El mundo no nos impuso ninguna regla. Tal vez debamos por eso vivir con ese miedo, no obstante éste sea un gran sufrimiento. ¿Será tal vez el miedo nuestra única defensa a contraponer a un mundo brutal y horroroso?
Nos dañamos a nosotros mismos con esta retirada del mundo, vemos muy poco de lo ajeno, esta ajenidad a la cual no podemos participar, pero no dañamos a nadie. Esto es ya mucho. Nuestro único enemigo es nada menos que el todo, y además nosotros mismos somos un plus que se suma a nuestro miedo, pero no derrotamos a nadie, pues nuestro miedo no se deja vencer. Se sienta sobre nosotros y es plano: no se lo puede uno sacudir de encima.
(Texto escrito por la premio Nobel de Literatura, la austríaca Elfriede Jelinek. Ya lo hemos publicado hace casi 15 años en esta revista digital, pero no huelga volver a hacerlo)