14 mayo 2008

La Feria del Libro o Federico Fellini sin Nino Rota


Por Humberto Acciarressi

Dicen en el ministerio de Cultura porteño que visitaron la Feria del Libro unas 70.000 personas aprovechando la celebración, por segundo año consecutivo, de la Noche de la Ciudad. Los expositores y los trabajadores del predio sostienen que hablar de números, a esta altura, es casi un ardid de la estadística, ya que nadie -y mucho menos siendo gratis- puede calcular el número real de visitantes. Lo cierto es que de una forma u otra, hubo mucha gente, mucha más de la que puede aguantar una muestra que aspira a la cultura y no a la aglomeración y la transpiración colectiva.

Después de tantos años de cubrir periodísticamente la muestra, sigo haciéndome las mismas preguntas: ¿dónde radica el fenómeno de lo multitudinario?, ¿por qué, mientras dura la exposición, gente que nunca en el año abre un libro, de pronto se convierte en lectora?, ¿cómo hacen los autores, los escritores de verdad, cuando tienen que competir en un escenario masivo con monjas cocineras; modelos que se les dio por escribir sus experiencias de pareja; ex-Gran Hermano que conversan con los ángeles y alguien les publica sus divagues; vedettes de los horóscopos; mediocres guitarreros que le cantan a los chicos porque la veta deja buen dinero; energúmenos que gritan en los pasillos ofertas que no son tales? Tengo una certeza: si pasaran música de Nino Rota por los altoparlantes, sería una película de Fellini.

La Feria del Libro es, sin duda alguna, el acontecimiento más masivo de la cultura en una ciudad que aspira a la masividad. Es, además, un espacio único en el que se dan cita renombrados (y además calificados) escritores de todo el mundo, incluyendo a los argentinos. Tiene, por otro lado, la ventaja de ofrecer a los porteños el material -rico y abundante- de lo que se escribe en nuestras provincias. La pregunta del millón, sin embargo, es qué sucede el resto del año. Es cierto que los que hace dos décadas criticaban la Feria, hoy se pasean por ella y la esperan con entusiasmo (en este sentido, hay muchos escritores cuyos nombres deben callarse por piedad). No puede negarse el fenómeno, de la misma forma que ya no puede obviarse Internet, los blogs, o el calentamiento global.

Lo llamativo es que ya nadie se hace preguntas. Y eso va a contramano de lo que suscita la lectura de un libro. Y si es cierto que hay tantos lectores como parece indicar la Feria, deberían haber más preguntas y más reflexiones, y nuevas preguntas y así hasta el infinito. En eso consiste la cultura. Pero sin embargo, reinan la chatura y la superficialidad. No entiendo, juro que no entiendo. Por eso fue profundo y magistral el discurso inaugural de Ricardo Piglia. Aunque la mayoría ya lo haya olvidado.

(Este artículo fue publicado en "Crónicas inútiles", de Paula Pampín)

#Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2008