Murió de cáncer hace treinta años, pero con ella pasa algo más que extraño. A diferencia de otras escritoras de sino trágico –la uruguaya Delmira Agustini, nuestra Alfonsina Storni, etc– su figura fue creciendo hasta convertirse casi en un mito. Clarice Lispector, una de las voces más extrañas y fascinantes de las letras brasileñas, puede compararse en este sentido a Alejandra Pizarnik.
Dos mujeres muy nombradas, aunque no tan leídas. Su sensibilidad, su arte poética, exige a los lectores que se metan de cabeza en las profundidades de los conceptos. La trama, en ella, a veces es lo de menos. Fue por eso que alguien, en cierta oportunidad, cometió la gaffe de decir que Clarice Lispector era una escritora en busca de un argumento.
Su vida no fue menos extraña. Nació en Rusia, a los dos meses ya estaba en Brasil y en una oportunidad la retrató Giorgio de Chirico. Como habían mentado que era hechicera la invitaron –y fue, aunque no a bordo de una escoba– a un congreso de brujas en Colombia, le gustaba hablar de la muerte, aunque sobre todas las cosas escribir...y seguir escribiendo.
No hace mucho, le preguntaron a Nádia Battella Gotlib, la autora de "Clarice, una vida que se cuenta" (recién editado por Adriana Hidalgo, se trata de uno de los más completos acercamientos realizados a la vida y la obra de la autora de "Un aprendizaje o el libro de los placeres"), si le había costado mucho armar el rompecabezas de esa vida compleja. La biógrafa contestó: "Ella mentía muchísimo respecto de su vida. Tuve que montar la historia dejando de lado y cuestionando todos los datos que Clarice había dado, porque ella intentaba borrar todas sus huellas".
¿Qué la llevaba a borrar sus pasos? Tal vez no sea demasiado importante, como no lo es –salvo para armar la historia – el Rosebaud de "Citizen Kane". De hecho, ella misma escribió: "No hay hombre ni mujer que no se haya mirado en el espejo y no se haya sorprendido consigo mismo". Lo que es definitivamente insoslayable es su obra: sus novelas, sus poesías, sus libros infantiles. Estas piezas son las que llevan a decir que una vez que se llega a ella, es muy difícil de abandonar. Como los grandes amores.
(Publicado en La Razón, de Buenos Aires)