08 mayo 2021

Guillermo Cabrera Infante, entre la literatura y su amor al cine


Por Humberto Acciarressi 

La escena transcurría, semanalmente, en el pueblo donde nació en 1929 - Gibara, en el extremo noroeste de Cuba -, cuando apenas era un chico. Su madre, una mujer que pasaba penurias económicas, le preguntaba: "¿Cine o sardina?". Y nunca, ni él ni su hermano, confesó años más tarde Guillermo Cabrera Infante, eligió la sardina. Lo que equivalía por entonces a renunciar a la comida del día por las aventuras de la pantalla. Como Manuel Puig entre nosotros, aunque Cabrera Infante se dedicó luego a las letras y sus costumbres, el cine nunca estuvo ausente en su obra, que incluyó - ya no en el plano literario - la fundación de la Cinemateca de Cuba, clausurada en 1956 por Batista. Y de hecho tres de sus libros - "Un oficio del siglo XX", "Arcadia todas las noches" y "Cine o sardinas" - recopilan sus exquisitos, brillantes escritos sobre esa pasión no oculta, que lo acercó, incluso, a Hollywood.

Cabrera Infante definía la literatura como "un vasto campo de juego". Allí, como pocos, experimentó con el idioma desde que la fama literaria le llegó con su novela "Tres tristes tigres", donde contó la vida nocturna de tres jóvenes en La Habana pre-revolucionaria. Con ella obtuvo premios internacionales y la expulsión de la Unión de Escritores de Cuba. Luego llegaron "La Habana para un Infante difunto", "Vista del amanecer en el trópico", "Delito por bailar cha cha chá", "Ella cantaba boleros" y "Todo está hecho con espejos", entre otros. Figura impar, a Cabrera Infante se le deben aplicar sus propias palabras: "La historia puede ser real o falsa, pero los tiempos la hicieron creible". Eso, por fortuna, no sucede con todos. En "La ninfa inconstante" dejó plasmada una de sus obsesiones, casi siempre -como suele suceder- no llegan a nada. Escribió Cabrera Infante: "Según la física cuántica se puede abolir el pasado o, peor todavía, cambiarlo. No me interesa eliminar y mucho menos cambiar mi pasado. Lo que necesito es una máquina del tiempo para vivirlo de nuevo. Esa máquina es la memoria. Gracias a ella puedo volver a vivir ese tiempo infeliz, feliz a veces".

Pinta tu aldea y pintarás el mundo, aconsejaba Tolstoi. Cabrera Infante hizo eso, aunque lo suyo es más meritorio si se considera que pasó más de la mitad de su vida fuera de su patria. Se trata de uno de los "lectores" más refinados de la realidad cubana, no sólo en lo político - como insisten detractores y admiradores - sino en lo referido a la vida íntima, cotidiana, de tristezas y alegrías, razones y sinrazones, del pueblo caribeño. Alejado geográficamente de Cuba - salvo cuando en 1965 regresó para los funerales de su madre - Cabrera Infante vagabundeó por varios países. España le negó la residencia, intentó en otras partes, y finalmente consiguió la ciudadanía británica. Jamás volvió a su patria y así, lejos de ella, lo encontró la muerte el 21 de febrero del 2005, cuando su cuerpo no resistió más su salud desmadejada y caprichosa.

(Publicado hace unos años en el diario "La Razón" de Buenos Aires, en ocasión de la muerte de Guillermo Cabrera Infante)