18 marzo 2020

En un violento mar de letras


Por Humberto Acciarressi

Hela, con su hermano Frixo, surca el cielo tomada de la lana de oro del increíble carnero Crisomalo cuando cae a las aguas y bautiza con su tragedia al Helesponto. La equivocación de un rey da nombre al Mar Egeo. Jenofonte, al contar la odisea de los Diez Mil luego de la muerte de su jefe, Ciro el Joven en la batalla de Cunaxa, en Asia, dice que los griegos recorren montes y desiertos durante meses, desesperanzados. Sólo cuando desde la montaña de Teches ven las aguas del Ponto Euxino (el Mar Negro) rompen en un grito de alegría: "Thalassa, thalassa" (el mar, el mar).

Los poetas toman los mitos oceánicos y los transforman en épicas fundacionales. Sagas vikingas, leyendas americanas, relatos japoneses y poesías africanas dan cuenta de esta atracción sobre el mar. En la gesta germana de Beowulf, el cadáver de un rey danés es puesto en una nave y entregado "al poder del océano". Olaf Tryggvason, rey noruego, salta al mar con su armadura cuando pierde una batalla en el año 1000 e inaugura un ciclo de la literatura nórdica. En ese vasto escenario de agua se confunden las aventuras de Simbad el Marino relatadas en "Las Mil y una Noches", con escritos referidos a islas misteriosas, animales de pesadilla (Walter Scott habla de serpientes marinas en sus novelas históricas), buques fantasmas, o un holandés errante condenado a deambular eternamente por los mares.

Con Homero se inicia la cultura griega, lo que equivale a decir nuestra civilización. Su "Odisea", continuación de la "Illíada", cuenta las desventuras de Ulises -primer héroe marítimo de las letras occidentales - a su regreso de Troya. Camino a Itaca, sus encuentros con la ninfa Calypso, el cíclope Polifemo, los lestrigones, la maga Circe, Escila, Caribdis y las sirenas, dejan una larga estela en la literatura posterior. En el siglo de Pericles, desde la filosofía, Platón incorpora a la poesía el relato de una isla perdida, la Atlántida, que todavía genera libros, incluyendo - claro - el largo poema de Jacinto Verdaguer de 1878.

Existen otras "hermosas islas fantasmas" (Heine) en las letras. "Desde el fondo del mar...nos llegan los tañidos de campanas nocturnas", dice el poeta alemán Wilhelm Müller al referirse a la legendaria Vineta. "El mar parece acero pulido que durmiera", canta a la mítica Rungholt el poeta Detlev von Liliencron. Torcuato Tasso, en su "Jerusalén libertada", describe el mágico jardín de Armida inspirado en la legendaria isla de San Brandán. También Shakespeare, en "La tempestad", cuenta las peripecias de sus personajes en una ínsula maravillosa. En "Los trabajos de Persiles y Segismunda", Cervantes salta de la llanura manchega a un escenario marítimo. "¡En mar tanta tormenta y tanto daño, tantas veces la muerte apercibida", dice Camoens en "Las Lusíadas", poema capital de Portugal.

Por esos años, ya Jorge Manrique ha dado a las letras su archiconocida metáfora: "Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir...". El siglo XIX es pródigo en escritores del mar. Robert Stevenson, enfermo crónico (una pesadilla le inspira "El extraño caso del doctor Jekill y de mister Hyde"), transita en canoa los canales del norte europeo y en goleta los mares del sur. Su "Isla del Tesoro", sus cuentos, dan testimonio de ese periplo espiritual. Hacia el fin de sus días se construye una casa en la isla de Apia, en el archipiélago de Samoa, donde muere en 1894 rodeado de indígenas que lo llamaban "tusitala" (el que cuenta historias). Su contemporáneo Herman Melville, que pasa la juventud de barco en barco, publica "Omoo", "Redburn: su primer viaje", "La casa blanca: el mundo en un barco de guerra", "Benito Cereno". Ninguna de estas historias marinas alcanza la altura poético-simbólica de "Moby Dick", la ballena blanca que representa el mal triunfante. "Perseguirla es perseguir la muerte", dice Melville, que desde el fracaso de su novela en 1850 se convirtió en un amargado solitario, incapaz de imaginar que los años reivindicarían su nombre.

A pesar de su condición de hombre de tierra adentro, Joseph Conrad fue un apasionado navegante, e hizo la carrera de grumete a capitán. Aunque "El corazón de las tinieblas", su novela más famosa, es un viaje fluvial, el mar estuvo muy presente en sus libros ("El negro del Narcissus", "El pirata", "La locura de Almayer", "Tifón"). De Conrad escribió Valery Larbaud: "Su obra es como un modo de viaje". Eso puede decirse de Emilio Salgari, que pobló casi cien novelas con corsarios y filibusteros, o de Julio Verne, que aventuró a sus lectores por las profundidades submarinas.

Ya en el siglo XX, el interés de las letras por el mar no amainó. Poetas tan diversos como T.S.Eliot ("el grito de las olas, el grito de los vientos"), Miguel Hernández ("que me aconseje el mar lo que tengo que hacer: si matar, si querer"), Rafael Alberti ("pienso, mar, que la tierra no puede devolverte un rumor tan dichoso como el tuyo") y Paul Valery ("sí, mar, gran mar de delirios dotado... en un tumulto análogo al silencio") le cantaron al océano y sus misterios. Por su lado, Alfonsina Storni ("el alma mía es como el mar") eligió inmolarse en las aguas de Mar del Plata.

Hemingway y Neruda constelaron sus literaturas de aguas marinas. El primero alcanzó la cima del género en "El viejo y el mar", que cuenta la historia de un pescador que logra vencer a un gran pez, pero los tiburones destrozan su presa cuando la lleva a tierra. Neruda, por su lado, era un apasionado del mar, especialista en moluscos, coleccionista de caracoles (llegó a tener más de quince mil que se le caían de los estantes). Cuando murió, en 1973, residía en Isla Negra, con el Pacífico - "el camarada océano" - frente suyo. Identificado con él de tal forma que pudo escribir: "Trabaja el mar en mi silencio".

La atracción por lo marino está en la condición humana. Para Camus, las jornadas del mar son todas semejantes, como las de la felicidad. Casi no existe literatura superficial sobre el tema, salvo algunos best sellers llevados al cine con escasa fortuna. Hubo escritores que no frecuentaron cotidianamente el mar. Pero procedieron con esa inconstancia que siempre deja abierta la puerta del retorno. El propio Camus lo dijo: "El arroyo y el río pasan. El mar pasa y permanece. Así sería menester amar, siendo fiel y fugitivo".

(Publicado en la revista "Noticias", de Buenos Aires)