"(...) Se levantó y anduvo por la habitación entumecida de frío, tratando de remover lo menos posible el polvo mientras se lavaba. Pero todo estaba cubierto por una espesa capa de arena. Tenía conciencia de que algo le fallaba, como si toda una parte de su cerebro estuviera inerte. Sentía la falta: una enorme mancha ciega en su interior, pero no podía localizarla. Y veía como desde lejos los torpes gestos de sus manos en contacto con los objetos y las ropas. "Esto tiene que terminar", se dijo. "Esto tiene que terminar". Pero no sabía exactamente qué quería decir. Nada podía terminar; todo seguía, siempre (...)"
Paul Bowles
("El cielo protector")