Si hay gente que hace de su vida lo que quiere, otro tanto puede pedir para su ingreso en el misterioso universo de la muerte. No por ello, claro, uno debe dejar de sorprenderse. El velorio del hermano narco de "Rosario Tijeras", en un bar, sentado con anteojos negros, con cerveza junto a su mano inerte, una chica bailando para él y rodeado de sus cómplices, es apenas un poroto. Ha habido, en la realidad, ceremonias más ridículas. Desde difuntos parados en un rincón de la casa velatoria hasta montados sobre una moto, simulando ir a gran velocidad, pasando por boxeadores recibiendo el último adiós en un ring, o fanáticos de internet en ataúdes que simulan grandes computadoras, o aquel rapero que se hizo velar en su Lamborguini de color amarillo. Claro que para que sucedan estas cosas tiene que existir la complicidad póstuma de sus familiares y amigos, como también es verdad que todos nos rodeamos de locos parecidos a nosotros.
Hace unos años -ya no recuerdo cuántos- escribí sobre Fredric J. Baur, el creador del envase de las famosas papas Pringles. El hombre, orgulloso de su invento, le había pedido a sus allegados que cuando muriera, sus cenizas fueran enterradas en uno de los conocidos y simpáticos cilindros. Y amigos y familiares le cumplieron el deseo. El hombre falleció, ya nonagenario, y en la actualidad sus restos se encuentran en el cementerio de Springfield (no la ciudad de los Simpson) dentro de uno de los envases que creó. No recuerdo haber comido nunca más una papita de esa marca desde que me senté a escribir sobre aquel lejano episodio y confieso que cada vez que voy a un supermercado y veo uno de esos cilindros, miro hacia otro lado.
Ahora, en la senda de estos extraños sujetos, dejó este mundo Renato Bialetti, popularmente conocido como "el rey de la cafetera". El tipo, que tenía 93 años, fue el inventor (Luigi Da Ponti fue el titular de la patente como testaferro, dice la leyenda) y quien popularizó la célebre Moka Express para hacer café, quien contó para eso con la ayuda del magnate Aristóteles Onassis. La máquina, que en la década del cincuenta hasta llevó una caricatura de su creador realizada por el creador de cómics Paul Campani, llegó a exhibirse en museos (incluyendo el MoMA de Nueva York), fue un ícono de la posguerra italiana y las cifras más conservadoras precisan que se vendieron de ella más de 330 millones de unidades, además de figurar en el Libro Guinness. Aunque Bialetti vendió la marca en los años 80, le dejó escrito a sus familiares que al morir quería ser enterrado en una cafetera. Y eso ocurrió ahora. Sus tres hijos llegaron al pueblo natal del hombre con sus cenizas en una Moka, que el sacerdote bendijo antes de darle cristiana sepultura. Se ignora si después se fueron a tomar un cafecito.
(Publicado en el diario "La Razón" de Buenos Aires)