Esta mañana, con la muerte de Ingmar Bergman en su casa de la Isla de Faro del Mar Báltico, desaparece uno de los últimos grandes del cine del siglo XX. Murió a los 89 años, en el sitio donde se había refugiado en las tres últimas décadas. Privilegio de los genios: es difícil, si no imposible, mencionar algunas de sus películas sin ser injustos con las otras. Aún corriendo ese riesgo, vienen a la memoria obras como "Juventud divino tesoro", "La fuente de la doncella", "El séptimo sello", "Escenas de la vida conyugal", "Gritos y susurros", "Noche de circo", "Cuando huye el día", "Detrás de un vidrio oscuro", "El silencio", "Fanny y Alexander", "Persona", "Cara a cara","El huevo de la serpiente", "Sonata de otoño", "En presencia de un payaso"... Imposible, no puede dejarse fuera ninguna de sus películas y nombrarlas todas llevaría un párrafo enorme. Sólo resta decir que había nacido el 14 de julio de 1918 en Uppsala. Y prometer, para las próximas horas, una columna que salga del corsé del dato de último momento.
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30 julio 2007
29 julio 2007
Bud Powell, "un poco loco", un tanto olvidado
Escuchar a Bud Powell no está de moda. Por fuera del ámbito jazzístico se llevan las palmas en el ranking del éxito, en primer lugar Miles Davis, y le siguen otros como Bill Evans, Charlie Parker, Louis Armstrong, etc. La figura de Bud Powell recorre el camino del recuerdo, junto a estos genios indudables, de costado y a la sombra.
Escuchar a Bud Powell, con las posibilidades que brinda Internet en sus ediciones completas para los sellos Blue Note y Verve, resulta una experiencia sustantiva. Es aquello que constituye un verdadero acontecimiento en la vida de un oyente. Entre otras razones, porque pocos como él han podido reflexionar desde la música sobre la música misma. En literatura es muy común este fenómeno, cuando en poesía se indaga sobre el propio acto poético, nos encontramos en el terreno de la metapoesía. Esto es lo que hace Bud desde el lenguaje musical: invita a discurrir acerca de toda la música. Y en el caso particular de él, decir toda la música, significa involucrar tanto la tradición occidental (en sus dos vertientes, antipáticamente divididas en "culta" y popular) como la de aquellas raíces que constituyen la esencia de la música africana. Un ejemplo contundente de su sincretismo lo proporcionan las tres versiones de su composición "Un poco loco", realizadas en el año 1951, en pleno auge del mambo latino.
Bud Powell ha profundizado en este sistema de igualdades y diferencias – que, en suma, determinan el estilo – a partir de elementos irónicos, a veces, y otras tanto, paródicos. Ante una muy conocida melodía de George Gershwin, "Somebody loves me", pareciera remarcar, con la intromisión de dos o tres notas burlonas, una acotación que incita a la pregunta: ¿Pero miren como todo puede cambiar y volverse obvio, si agrego esto? ¿No es cierto George que no lo incluiste, porque sobra? Pero este guiño puede convivir con el resto. Precisamente, en esto consiste su metalenguaje. Como también, la parodia que realiza en Bebop, intensificada con sus gemidos, un verdadero chiste frenético y entusiasta acerca del género, género que él también supo construir.
Quizás, en esa cabeza atribulada, con el alimento de las resonancias que la memoria musical familiar le proporcionó, siempre bullía la vitalidad de la música de Bach, que interpretó con tanta delectación en sus años juveniles (una prueba irrefutable es el diálogo que establece con la música del compositor alemán en su "Bud on Bach"). Quizás, en esa mezcla de nuevas armonías, que tanto Thelonious Monk como él estaban inventando dentro de la estructura del bebop, pudo – sin el raciocinio que prodiga una salud férrea- fijar el devenir entre lo uno y lo otro. Esto es Bud, reminiscencias de un piano clásico y su alteración en la improvisación típica del bebop.
Del modelo impresionista surgen esos acordes desgarradores y disonantes que se transforman en delicadas figuras melódicas, fluctuantes entre cristalinas y tímidamente disonantes. Del swing a la meditación baladista, Bud recorre todos los registros. Con la misma fuerza visceral de Monk arranca sus acordes, con la sutil transparencia del impresionismo, con el eficaz sondeo barroco, Bud es todo piano. Porque el piano – siempre se lo ha dicho – compendia toda la orquesta. El instrumento que todo lo abarca. El aleph de la música. El piano de Bud es protagónico, si bien los diferentes músicos que han conformado sus tríos son de una calidad excepcional, muchas veces suenan con la complicidad de un acompañamiento que enmarca y se diluye ante la figura central.
Cuando en el jazz se escuchan los instrumentos de viento, parece que el sonido repercute en todo nuestro cuerpo como una caja de resonancia. Poro a poro, de la cabeza a los pies, el cuerpo se halla involucrado en una masa sonora envolvente. En cambio, escuchar el piano de Bud Powell, implica una ecuación, a mi modo de ver – u de oír – que va directo de la cabeza al corazón. Su "poesía nerviosa", como tan bien la ha definido el escritor español Antonio Muñoz Molina, percute en las ideas, genera ideas en lo alto y se expande hacia el pecho, ese lugar que es el hogar de la emoción.
La destemplanza psíquica emocional del pianista ha producido muchas veces el error, pero también los picos más altos interpretativos. Como pasó con Charlie Parker, a quien siempre Bud se propuso igualar en virtuosismo, quedaron de él grabaciones que dan cuenta de los cambios en sus estados anímicos y fisiológicos. Estos desniveles no hacen sino subrayar la perfección anhelada, buscada y conseguida.
Toda su vida fue la música, solamente eso, librando un combate agónico con un enemigo siempre al acecho: la enfermedad recurrente. Quizás, la representación más emblemática para comprender esa lucha, se encuentra en su voz, que siempre puede ser oída claramente mientras anuncia las canciones y "canta" adelante a su manera única. Que canta es una manera de decir, lo que hace es acompañar con su voz al unísono aquello que sus dedos deben hacer. Todo lo que su cabeza organiza se vehiculiza en exclamaciones entrecortadas y gemidos hacia el corazón de sus manos. Un mandato íntimo, ancestral, en busca de la armonía concentrada y la alegría efímera.
Algo retraído y de pocas palabras, quiero recordarlo a través de ellas, en un artículo del Times del año 64, en el que, ante la preocupación del público por su retorno al escenario luego de una reclusión psiquiátrica, manifestó con optimismo: "Por favor, digan a todos que Bud está OK, que se siente bien y está dispuesto a tocar".
(Publicado en "El espectador de la Cultura")
Escuchar a Bud Powell, con las posibilidades que brinda Internet en sus ediciones completas para los sellos Blue Note y Verve, resulta una experiencia sustantiva. Es aquello que constituye un verdadero acontecimiento en la vida de un oyente. Entre otras razones, porque pocos como él han podido reflexionar desde la música sobre la música misma. En literatura es muy común este fenómeno, cuando en poesía se indaga sobre el propio acto poético, nos encontramos en el terreno de la metapoesía. Esto es lo que hace Bud desde el lenguaje musical: invita a discurrir acerca de toda la música. Y en el caso particular de él, decir toda la música, significa involucrar tanto la tradición occidental (en sus dos vertientes, antipáticamente divididas en "culta" y popular) como la de aquellas raíces que constituyen la esencia de la música africana. Un ejemplo contundente de su sincretismo lo proporcionan las tres versiones de su composición "Un poco loco", realizadas en el año 1951, en pleno auge del mambo latino.
La estética del jazz es preponderantemente referencial porque siempre nos habla más o menos de lo mismo, en el contexto de un escenario urbano, nocturno y ajeno a los imperativos de la moral. También es referencial e intertextual porque sus composiciones, convertidas dentro del sistema en standards, se reinterpretan y retransitan continuamente. En el mundo del jazz se asiste a verdaderos duelos de generosa intensidad, edificados paralelamente por compositores e intérpretes, todos ellos pertenecientes a una especie de Olimpo inscripto en su historia. Los unos reinterpretan a los otros.
Bud Powell ha profundizado en este sistema de igualdades y diferencias – que, en suma, determinan el estilo – a partir de elementos irónicos, a veces, y otras tanto, paródicos. Ante una muy conocida melodía de George Gershwin, "Somebody loves me", pareciera remarcar, con la intromisión de dos o tres notas burlonas, una acotación que incita a la pregunta: ¿Pero miren como todo puede cambiar y volverse obvio, si agrego esto? ¿No es cierto George que no lo incluiste, porque sobra? Pero este guiño puede convivir con el resto. Precisamente, en esto consiste su metalenguaje. Como también, la parodia que realiza en Bebop, intensificada con sus gemidos, un verdadero chiste frenético y entusiasta acerca del género, género que él también supo construir.
Bud Powell se crió en una familia de músicos. Abuelo guitarrista, especialista en flamenco, padre pianista y hermano violinista y trompetista. En su juventud recibió un golpe muy fuerte en la cabeza, producto de una violenta refriega racista, que le signó una biografía fracturada entre constantes internaciones psiquiátricas, agudizadas por el abuso de drogas y alcohol. A toda esta vivencia trágica, acompasada por la frecuencia intermitente de fuertes dolores de cabeza, debe sumársele una tuberculosis que lo acompañará durante años, hasta el final de su corta vida.
Quizás, en esa cabeza atribulada, con el alimento de las resonancias que la memoria musical familiar le proporcionó, siempre bullía la vitalidad de la música de Bach, que interpretó con tanta delectación en sus años juveniles (una prueba irrefutable es el diálogo que establece con la música del compositor alemán en su "Bud on Bach"). Quizás, en esa mezcla de nuevas armonías, que tanto Thelonious Monk como él estaban inventando dentro de la estructura del bebop, pudo – sin el raciocinio que prodiga una salud férrea- fijar el devenir entre lo uno y lo otro. Esto es Bud, reminiscencias de un piano clásico y su alteración en la improvisación típica del bebop.
Del modelo impresionista surgen esos acordes desgarradores y disonantes que se transforman en delicadas figuras melódicas, fluctuantes entre cristalinas y tímidamente disonantes. Del swing a la meditación baladista, Bud recorre todos los registros. Con la misma fuerza visceral de Monk arranca sus acordes, con la sutil transparencia del impresionismo, con el eficaz sondeo barroco, Bud es todo piano. Porque el piano – siempre se lo ha dicho – compendia toda la orquesta. El instrumento que todo lo abarca. El aleph de la música. El piano de Bud es protagónico, si bien los diferentes músicos que han conformado sus tríos son de una calidad excepcional, muchas veces suenan con la complicidad de un acompañamiento que enmarca y se diluye ante la figura central.
Cuando en el jazz se escuchan los instrumentos de viento, parece que el sonido repercute en todo nuestro cuerpo como una caja de resonancia. Poro a poro, de la cabeza a los pies, el cuerpo se halla involucrado en una masa sonora envolvente. En cambio, escuchar el piano de Bud Powell, implica una ecuación, a mi modo de ver – u de oír – que va directo de la cabeza al corazón. Su "poesía nerviosa", como tan bien la ha definido el escritor español Antonio Muñoz Molina, percute en las ideas, genera ideas en lo alto y se expande hacia el pecho, ese lugar que es el hogar de la emoción.
La destemplanza psíquica emocional del pianista ha producido muchas veces el error, pero también los picos más altos interpretativos. Como pasó con Charlie Parker, a quien siempre Bud se propuso igualar en virtuosismo, quedaron de él grabaciones que dan cuenta de los cambios en sus estados anímicos y fisiológicos. Estos desniveles no hacen sino subrayar la perfección anhelada, buscada y conseguida.
Toda su vida fue la música, solamente eso, librando un combate agónico con un enemigo siempre al acecho: la enfermedad recurrente. Quizás, la representación más emblemática para comprender esa lucha, se encuentra en su voz, que siempre puede ser oída claramente mientras anuncia las canciones y "canta" adelante a su manera única. Que canta es una manera de decir, lo que hace es acompañar con su voz al unísono aquello que sus dedos deben hacer. Todo lo que su cabeza organiza se vehiculiza en exclamaciones entrecortadas y gemidos hacia el corazón de sus manos. Un mandato íntimo, ancestral, en busca de la armonía concentrada y la alegría efímera.
Algo retraído y de pocas palabras, quiero recordarlo a través de ellas, en un artículo del Times del año 64, en el que, ante la preocupación del público por su retorno al escenario luego de una reclusión psiquiátrica, manifestó con optimismo: "Por favor, digan a todos que Bud está OK, que se siente bien y está dispuesto a tocar".
(Publicado en "El espectador de la Cultura")
A un cuarto de siglo de Blade Runner
Cuando se estrenó en 1982, Blade Runner -dirigida por Ridley Scott- provocó reacciones encontradas. Si pensamos que ya pasó un cuarto de siglo y la seguimos viendo con el mismo entusiasmo, cabe entender lo sucedido entonces. Como suele ocurrir, en los EE.UU. no le fue bien y en el resto del mundo encontró el eco suficiente como para instalarse en ciertos círculos. Basada en la novela de Philip Dick "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?", hoy es una película de culto, precursora del cyberpunk en el campo cinematográfico de la ciencia ficción.
Al margen de las actuaciones de Harrison Ford, Rutger Hauer y la hermosísima Sean Young, o la música ya clásica de Vangelis, años más tarde tuvo la suerte de ser uno de los primeros filmes en ser lanzados en formato DVD. Sumado a la originalidad de sus planteos estéticos para contar la historia de los "replicantes" buscados en la ciudad de Los Angeles de noviembre de 2019, esto hizo que el cine pusiera los ojos sobre Philip Dick, uno de los más interesantes escritores del siglo XX, quien con su obra excedió largamente el planteo futurista afín a varios de sus colegas.
Libros como "El hombre del castillo", "Fluyan mis lágrimas, dijo el policía", "Confesiones de un artista de mierda" y "Una mirada a la oscuridad" (éstas últimas llevadas al cine), ya forman parte del canon de la narrativa del siglo XX. Es tan vasta la obra de Dick — sobre todo sus cuentos y novelas — que es casi imposible leerla completa sin abandonar a otros autores. En cuanto a las visiones que decía tener en virtud de medicamentos mal administrados, nunca pudieron explicarse en forma fehaciente. Sócrates ya había tenido su "Daimon" y Juana sus "Voces" como para meternos en un tema tan espinoso. En el caso de Dick, él llevó sus visiones al papel y eso nos basta.
Suele decirse que Blade Runner no respeta demasiado el libro. A veces ocurre con algunas películas, pero no es el caso. O por lo menos respeta lo que hay que respetar, lo que no es poco. Para finalizar, un dato que no parece menor en el universo fantástico y enigmático de Dick. El año en que se filmó Blade Runner, 1982, fue el de su propia muerte por un infarto cerebral. Casi como le hubiera ocurrido a alguno de sus personajes.
28 julio 2007
Enfermera, me pareció ver un lindo gatito
Desde que Óscar se instaló en la tercera planta del centro hace dos años, su presencia ante el lecho de un residente se ha convertido en una señal que los enfermeros toman muy en serio. El gato siempre se las arregla para aparecer y siempre lo hace en las últimas dos horas. Lo primero que se hace cuando Óscar se acurruca junto a un paciente es llamar a sus familiares.
El minino ha acertado ya con 25 residentes a los que no sólo les ha hecho compañía en el tramo final de sus vidas, sino que les ha permitido dar el último suspiro velados por sus seres queridos. Por ello, la valía de la labor del felino de pelaje blanco y gris ha sido reconocida con una placa colgada en una de las paredes de la clínica que dice: "Por sus cuidados compasivos, esta placa está dedicada a Óscar, el gato".
26 julio 2007
Daguerrotipos de la Comuna de Paris, junio de 1848
En estos daguerrotipos se ven las barricadas en la Rue Saint-Maur, París, del 25 de junio de 1848, en las revueltas francesas contra la Segunda República. Los mismos fueron tomados por Charles Francois Thibault, quien habría hecho tres tomas. Tienen, además, la característica de ser las primeras fotos publicadas como "reportaje periodístico", en L'Illustration del 1 al 8 de julio de 1848, y además en un número especial de la revista Journées illustrées de la révolution de 1848, de agosto de dicho año.
25 julio 2007
22 julio 2007
Hasta siempre, Negro
Por Humberto Acciarressi
Ultimamente, por sus problemas de salud -que afrontaba con verdadero buen gusto y mejor humor-, casi no salía de Rosario. Sin embargo, hace muy poco, viajó a Buenos Aires para charlar en la Biblioteca Nacional sobre humor y literatura. Nada más, pero nada menos. Nunca, en la larga historia de la institución que alguna vez presidieron Groussac o Borges, la gente rió tanto en su salón principal. Sin la solemnidad de los tontos y con la seriedad de los verdaderos humoristas, confesó que las únicas veces que se había levantado antes de las once fue cuando le informaron que la Argentina había invadido las Malvinas y cuando Maradona firmó para Newell''s. Y añadió: "Todavía no sé cuál fue la peor noticia".
Ayer, este rosarino empedernido y argentino hasta la médula nacido el 26 de noviembre de 1944, falleció de un paro cardiorrespiratorio producido por una esclerosis lateral amiotrófica contra la que luchaba desde 2003. Lo que sufrió desde entonces, sólo él y su mujer pueden saberlo. Su entusiasmo hacia afuera fue, en todo caso, ejemplar.
A pesar del enorme cariño que lectores y colegas le tuvieron, de la fama casi única de sus célebres historietas, de sus narraciones memorables -el cuento "19 de diciembre de 1971" figura, para quien escribe estas líneas, entre los diez mejores de la literatura argentina de todas las épocas-, de sus novelas y de las adaptaciones de ellas, uno tiene la impresión de que el Negro Fontanarrosa no muere con el reconocimiento debido. Dicho de otra forma, todavía hay gente que lo considera un humorista más, lo que por cierto - de ser así - no sería lo de menos. Pero Fontanarrosa fue - es - mucho más que eso. En primer término, la cultura argentina de los últimos años no puede prescindir de sus historias y de sus personajes. Más aún, no puede prescindir de Fontanarrosa.
El tono coloquial de sus relatos, el conocimiento profundo de las más diversas idiosincracias, la vasta cultura que él se encargaba - sin lograrlo - de ocultar, los rasgos de su estilo que se manifestaban en cada una de las disciplinas que abordaba, hacen que leer ciertas obras multipremiadas provoquen vergüenza ajena.
Ayer, no sin cierta verdad, alguien aventuró que el futbol perdió a su más grande escritor. El dato no es falso, pero no es del todo cierto. Lo que hay que decir con todas las letras es que la Argentina perdió a uno de sus más notables escritores. Y que por añadidura era popular, "carga" que también compartieron Roberto Arlt, Osvaldo Soriano y Manuel Puig. Un dato accesorio pero no menor. Cuando el primer cable con su muerte llegó a esta redacción, algunos dejamos todo y subimos una entrada en nuestras páginas digitales. No es muy seguro que muchos personajes públicos merezcan trato similar.
Aquel día, ahora tan lejano de la Biblioteca Nacional, el Negro me dijo: "No soy de los que lloran una semana cuando se les muere un personaje. Además, cuando se muere un personaje, es porque sencillamente yo lo quise así". Ayer al enterarse de su muerte, a muchos más argentinos de los que es dable imaginar, se les piantó un sincero, tierno, conmovedor lagrimón. También me aseguró aquel día ahora entrañable, que "el peligro atómico es una cortina de humo que tapa el drama real de la humanidad, que es la calvicie". Hoy, el drama real de la humanidad es que el mundo tiene un artista y un buen tipo menos. Lo que no es poco.
Ultimamente, por sus problemas de salud -que afrontaba con verdadero buen gusto y mejor humor-, casi no salía de Rosario. Sin embargo, hace muy poco, viajó a Buenos Aires para charlar en la Biblioteca Nacional sobre humor y literatura. Nada más, pero nada menos. Nunca, en la larga historia de la institución que alguna vez presidieron Groussac o Borges, la gente rió tanto en su salón principal. Sin la solemnidad de los tontos y con la seriedad de los verdaderos humoristas, confesó que las únicas veces que se había levantado antes de las once fue cuando le informaron que la Argentina había invadido las Malvinas y cuando Maradona firmó para Newell''s. Y añadió: "Todavía no sé cuál fue la peor noticia".
Ayer, este rosarino empedernido y argentino hasta la médula nacido el 26 de noviembre de 1944, falleció de un paro cardiorrespiratorio producido por una esclerosis lateral amiotrófica contra la que luchaba desde 2003. Lo que sufrió desde entonces, sólo él y su mujer pueden saberlo. Su entusiasmo hacia afuera fue, en todo caso, ejemplar.
A pesar del enorme cariño que lectores y colegas le tuvieron, de la fama casi única de sus célebres historietas, de sus narraciones memorables -el cuento "19 de diciembre de 1971" figura, para quien escribe estas líneas, entre los diez mejores de la literatura argentina de todas las épocas-, de sus novelas y de las adaptaciones de ellas, uno tiene la impresión de que el Negro Fontanarrosa no muere con el reconocimiento debido. Dicho de otra forma, todavía hay gente que lo considera un humorista más, lo que por cierto - de ser así - no sería lo de menos. Pero Fontanarrosa fue - es - mucho más que eso. En primer término, la cultura argentina de los últimos años no puede prescindir de sus historias y de sus personajes. Más aún, no puede prescindir de Fontanarrosa.
El tono coloquial de sus relatos, el conocimiento profundo de las más diversas idiosincracias, la vasta cultura que él se encargaba - sin lograrlo - de ocultar, los rasgos de su estilo que se manifestaban en cada una de las disciplinas que abordaba, hacen que leer ciertas obras multipremiadas provoquen vergüenza ajena.
Ayer, no sin cierta verdad, alguien aventuró que el futbol perdió a su más grande escritor. El dato no es falso, pero no es del todo cierto. Lo que hay que decir con todas las letras es que la Argentina perdió a uno de sus más notables escritores. Y que por añadidura era popular, "carga" que también compartieron Roberto Arlt, Osvaldo Soriano y Manuel Puig. Un dato accesorio pero no menor. Cuando el primer cable con su muerte llegó a esta redacción, algunos dejamos todo y subimos una entrada en nuestras páginas digitales. No es muy seguro que muchos personajes públicos merezcan trato similar.
Aquel día, ahora tan lejano de la Biblioteca Nacional, el Negro me dijo: "No soy de los que lloran una semana cuando se les muere un personaje. Además, cuando se muere un personaje, es porque sencillamente yo lo quise así". Ayer al enterarse de su muerte, a muchos más argentinos de los que es dable imaginar, se les piantó un sincero, tierno, conmovedor lagrimón. También me aseguró aquel día ahora entrañable, que "el peligro atómico es una cortina de humo que tapa el drama real de la humanidad, que es la calvicie". Hoy, el drama real de la humanidad es que el mundo tiene un artista y un buen tipo menos. Lo que no es poco.
(Publicado en La Razón, de Buenos Aires, el viernes 20 de julio de 2007. Paradójicamente, ese es el Día Internacional del Amigo, fecha que tiene su origen en la Argentina y que le debemos a Enrique Ernesto Febbraro)
El Circo Sarrasani, en 1914, en Dresde
El Circo Sarrasani fue inaugurado en Dresde, Alemania, en 1912, y sus actividades se suspendieron dos años después, con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, cuando sus carpas fueron utilizadas para los soldados germanos, y sus elefantes, caballos y hasta camellos se usaron para trasladar cañones y otros pertrechos bélicos. En el período de entreguerras, el circo Sarrasani hizo giras mundiales, especialmente a Sudamérica y sobre todo a la Argentina. Su casa matriz, la de la foto, fue destruída con los bombardeos aliados contra la Alemania hitleriana. Más específicamente, durante el bombardeo a la ciudad de Dresde ocurrido entre el 13 y el 15 de febrero de 1945, el edificio quedó reducido a escombros.
19 julio 2007
17 julio 2007
Déborah Lapidus dijo de nosotros...
"El blog A través del Uniberto, de Humberto Acciarressi, nos sirve las mayores exquisiteses en materia de lecturas y de críticas, apartándose de la habitual reseña de los suplementos culturales del domingo y de las novedades del momento, para ahondar en lo más profundo de las letras y, como si fuera poco, también de las artes plásticas, de la fotografía y de la música, sin olvidar las noticias más raras, por no decir 'bizarras' de la actualidad. Por eso merece un comentario especial entre las páginas web"
Los lectores sabrán perdonar el autobombo, pero de alguna manera tenemos que agradecer a Deborah Lapidus, columnista del programa radial "Ante la duda todo", conducido por Mariela Tugentman todos los jueves de 11 a 12 en FM Faro (87.9).
Por la mañana, en un horario inusual para lectores desvelados, se dan cita las literatura(s), las bibliotecas, los escritores, los investigadores, los traductores, los ilustradores, los diseñadores, los editores y los libreros. Y por supuesto, también las nuevas tecnologías y los modos de leer que éstas nos plantean. El programa cuenta con invitados como Osvaldo Bayer, Leila Guerriero, Isol, Efraim Medina Reyes, la blogger Mónica Melo y sus Fragmentos de China, Andrés Neumann y Claudia Mársico, entre muchos otros. Y para completar la mañana, lecturas recomendadas, difusión de revistas culturales impresas y electrónicas, agenda y mucha música.
14 julio 2007
Perdidos en los baños de Tokio
Nuevos sobres con billetes de yenes, acompañados de una frase invitando a realizar "buenas acciones", han sido descubiertos en Japón. El caso ya se ha transformado en un enigma nacional, reconocen las autoridades niponas. El asunto ha llegado a las portadas de los medios, que evalúan en dos millones de yenes (12.000 euros) la fortuna esparcida por un misterioso benefactor en los baños públicos de Japón. El cable de AFP, vamos a decirlo con todas las letras, nos hace pensar en Felisa Miceli y en lo que debe estar pensando: "No haberlo sabido antes". Como dijo el tintorero del barrio: "Poble ministla, está en el holno".
11 julio 2007
09 julio 2007
Nieve sobre Buenos Aires
En un hecho meteorológicamente histórico y casi sin precedentes para la ciudad de Buenos Aires, nevó y sigue nevando. Al margen de los festejos de la gente (la conciencia de estar protagonizando un episodio extraordinario) y de un fenómeno que se prolongará un tiempo más, la nieve sobre Buenos Aires confirma que yo no estaba equivocado: hacía frío de verdad