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20 febrero 2013

Oscar Pistorius escribió su gloria y su tragedia


Por Humberto Acciarressi

Oscar Pistorius, hasta hace unos pocos días, era un hombre para admirar e inspirar los textos más conmovedores en la lucha contra la adversidad. El atleta sudafricano, a quien a los once meses de edad le fueron amputadas ambas piernas, gracias a sus prótesis transtibiales había alcanzado marcas mundiales en juegos paralímpicos. Todo parecía ir bien hasta el último 14 de febrero, Día de los Enamorados.

Allí comienza la segunda etapa de la biografía pública de Pistorius, la que seguramente será su tragedia. De acuerdo a su relato, en horas de la madrugada, su novia, la modelo Reeva Steenkamp, quiso darle una sorpresa, entró en la casa, y el deportista, un paranoico, le pegó cuatro tiros en los lugares más vitales del cuerpo, incluyendo la cabeza. La policía negó de plano esa versión y se dedicó a investigar.

En el curso de esta tragedia griega con escenario en Pretoria, en la casa del atleta fue encontrado un bate ensangrentado. Cuatro tiros, vaya y pase. Pero un palazo en la cabeza sin darse cuenta de que la víctima es la novia, es poco creíble. Y aquí comienzan a aparecer los condimentos de esta historia. "He matado a mi chica... que Dios me lleve", le dijo a un amigo. Los vecinos se habían quejado por un escándalo previo y la policía entró cuando Pistorius bajaba las escaleras con la joven en brazos. Todo indica que le había disparado mientras Reeva estaba sentada en el inodoro. La muchacha aún vivía cuando llegaron los agentes, pero no cuando lo hicieron los médicos.

El atleta es un desquiciado. Hasta que fue detenido dormía con una pistola bajo la almohada, una metralleta en la ventana y un bate detrás de la puerta. Hace unos meses se le disparó un arma en un restaurante y casi liquida a un amigo. Reeva, modelo top sudafricana, estaba participando en un reality. Se cuenta que andaba coqueteando con otro hombre. Este hecho no será un dato menor en el momento en que comience el juicio al hombre que pasó de la gloria al oprobio en una noche que aún es un misterio.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)