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19 octubre 2012

El ascensor, un transporte que se las trae


Por Humberto Acciarressi

"No voy en tren, voy en avión, no necesito a nadie, a nadie alrededor...", canta Charly en uno de sus clásicos. Sin embargo, el medio de transporte más utilizado en el mundo es el ascensor. Y es uno de los menos estudiados por los sesudos científicos que se reúnen para desmenuzar la velocidad del corcho de sidra o el sexo de los ángeles. En verdad era así hasta que apareció Lee Gray, un investigador de la Universidad de Carolina del Norte, Estados Unidos, cuya obsesión con los ascensores llega a límites que asombrarían en un hospital neuropsiquiátrico.

El tipo señala que "el elevador se convierte en un espacio interesante, en donde las normas de comportamiento se vuelven extrañas. Son ámbitos socialmente curiosos a la vez que muy raros". Y es verdad. Científicamente, Lee demostró que cuando uno está solo, se para en cualquier lugar; en cambio, si sube otro pasajero, se ponen en diagonal. Una tercera persona conduce inevitablemente a un triángulo. Y con una cuarta, a cada una, una esquina. El pobre quinto va de cabeza al medio del ascensor.

El lío se arma cuando comienzan a llegar más viandantes. Allí impera el "hacer algo y que el tiempo pase". Un segundo puede ser una hora para un tímido que no soporta ver otra cara cerca. Y así aparecen los celulares, las cabezas gachas, las manos refregando los ojos, las toses (cortitas y para dentro, cosa de no molestar). Se dice que no hay que actuar de una manera que parezca amenazadora o rara, por lo cual habrá que evitar mirar fijo a un vecino de ascensor y ponerse bizco, o pasarse por el cuello la mano extendida, de izquierda a derecha como si fuera un serrucho.

Una compañera me cuenta que cuando está sola en el ascensor habla con el espejo. Otro baila. Uno mira fijo el tablero mordido por la ansiedad de llegar a destino. Hasta ahora, yo pertenecía a los que observan las caras que lo rodean. Sin saberlo estuve causando pánico durante años. De haberlo imaginado hubiera sido más directo. Gritar "se cae" no parece una mala opción.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)