Por Humberto Acciarressi
Si esto hubiera ocurrido, por ejemplo, en las cercanías de la Garganta del Diablo, sería una cosa. Pero sucedió en Córdoba, nada menos que en San Francisco. Una pareja fue a inscribir al hijo al Registro Civil y cuando la empleada le preguntó el nombre, el padre muy suelto de cuerpo le respondió: Lucifer. "Ja", río tímidamente la administrativa, quién insistió: "Se imagina. Jaja. Y buehh... Entonces... ¿cómo le ponen de nombre?". Los padres se miraron entre sí, llevaron los dos pares de ojos hacia la mujer detrás del mostrador y ratificaron a dúo: "Lucifer".
La pobre empleada pudo haber hecho dos cosas, aunque convocar a un exorcista le pareció una exageración. Entonces optó por llamar a su superiora, la directora Vilma de Cattani. Por supuesto muy amablemente, ésta les dijo a los padres que era imposible cumplir con su deseo. Y para demostrarles que no tenía mala voluntad, les dio un libro con nombres permitidos que papi y mami ni siquiera miraron.
El padre, que llevó la voz cantante, indicó que el nombre asociado a lo demoníaco en realidad proviene del latín "lux" (luz) y "fero" (llevar), y que, para ellos, su hijo era un portador de luz. Más llevado de los pelos, imposible. Esos padres están más piantados que todos los Napoleones del Borda. Y para ratificar esto, añadimos que dijeron que no irán a la Justicia "a perder tiempo", que lo registrarán con cualquier nombre, y que en la casa lo llamarán Lucifer. Pobre pibe, la que le espera en el barrio y en el colegio.
Lucifer, además de quienes lo llamen "Luci" por la costumbre de abreviar, no sólo estará simbólicamente y bíblicamente condenado. Lo estará en la vida real, cuando en los cumpleaños sus padres le pasen los discos al revés para encontrar mensajes satánicos cifrados, y las viejas del barrio se hagan la señal de la cruz cada vez que se lo crucen. Y que no se le muera un cura en las cercanías, pues como Demián en La Profecía, estará destinado a dar explicaciones. Sin ir más lejos, luego de escribir estas líneas me voy a lavar las manos con agua bendita.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)