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14 octubre 2006
Los monstruos amigables de Fermín Eguía
Por Humberto Acciarressi
"El arte de Fermín Eguía suscita todo el tiempo la sensación de la inminencia y de la gracia; exhibe las imágenes de una realidad perdida que siempre estamos a punto de alcanzar". La frase, que le pertenece a Ricardo Piglia, permite acotar un par de reflexiones. La primera, que Eguía ha logrado plasmar el más extraordinario bestiario del arte argentino. En segundo término, que este maestro nacido en 1942 organiza su obra en torno a un animismo infrecuente en las estéticas vernáculas. Cuando se dice que su mirada desnaturaliza lo que lo rodea, faltaría añadir que, en realidad, Eguía vuelve natural lo que en una primera aproximación parece monstruoso. Por eso es que vuelve entrañables, queribles y hasta bellas, esas deformidades anacrónicas que ha pergeñado su imaginación.
John Tenniel (1820-1914), el amigo de Lewis Carroll e ilustrador de "Alicia...", es un buen antecedente para entender a Eguía. La crueldad aparente de su obra es, apenas, ironía. Y en la paleta de maldades del arte habría que reflexionar cuál es peor. Si Tenniel desdibujaba la realidad de la que él no tenía dudas, Eguía parece rastrear esa metarealidad que alguna vez llevó a Paul Eluard a afirmar que "hay otros mundos, pero están en éste". O dicho de otra manera, lo disparatado no lo es tanto.
Laura Malosetti indica que las obras de Eguía "ofrecen una vía de entrada engañosa, en apariencia fácil y divertida, a cuestiones arduas que a veces se agazapan en ellas". En su primer catálogo, su maestra Aída Carballo escribió: "Es dibujante y es poeta y sonríe cuando se lo dicen". Acuarela, óleo, acrílico, técnicas tradicionales. Su innovación viene por otro lado, por la revulción de su estética, por lo áspero de su poesía. No cabe duda que Eguía está predestinado a seguir concitando entusiasmo entre las jóvenes generaciones. Tiene la frescura, la calidad y hasta el don de complicidad que requieren los buenos espectadores.