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26 abril 2016

A tres décadas del desastre de la planta nuclear de Chernobyl


Por Humberto Acciarressi

Nos han tocado tiempos difíciles...como a todos los hombres, dijo en una oportunidad -palabras más, palabras menos- Jorge Luis Borges. El año 1986 no fue una excepción a la regla, en especial para quienes siguen considerando literalmente que toda época pasada fue mejor. Mientras en Afganistán la ocupación soviética pasaba por uno de sus momentos más crueles con millones de refugiados y a la sangrienta ofensiva se le oponía una no menos feroz resistencia, Corazón Aquino culminaba con su llegada al sillón presidencial de Filipinas el fin del gobierno corrupto y autocrático de Ferdinand Marcos. En los Estados Unidos gobernaba Ronald Reagan y en Cabo Cañaveral, Florida, estallaba en el aire el transbordador espacial Challenger con sus siete tripulantes, incluida la maestra Christa McAuliffe.

En medio de esos pocos y muchos más acontecimientos, a la 1.24 hora local de la madrugada del 26 de abril de 1986, el desastroso nivel de seguridad del cuarto bloque de la Central Nuclear de Chernobyl -una de las más grandes del mundo y punto estratégico de las fuerzas militares soviéticas- no pudo impedir que el sobrecalentamiento del combustible destruyera la superficie del generador y con eso motivara el mayor desastre nuclear de la historia. Dos explosiones con diferencias de segundos y las sustancias radiactivas llegaron a una altitud de 1,5 kilómetros y los vientos arrastraron la nube tan temida de un lado a otro, arbitraria y trágicamente, El cielo de la península escandinava fue cubierto por la misma, otra nube se desplazó sobre Polonia, Checoslovaquia y Austria, y en la actualidad los expertos precisan que casi no hubo lugar del mundo que no haya sido afectado, aunque en menor medida que en Ucrania y Bielorrusia.

Las consecuencias de ese siniestro, mensuradas una y otra vez, aún no pueden medirse totalmente, a pesar de las tres décadas transcurridas. Centenares de las primeras víctimas (trabajadores de la planta, bomberos, residentes cercanos) fueron enterradas en el cementerio Mitino de Moscú en ataúdes de hormigón debido a la impresionante radiación que despedían. Si bien se considera que los muertos en el momento y en los años posteriores suman más de 600 mil, se calcula que una cinco millones de personas todavía viven en zonas con altísima contaminación. Se ha dicho que en la actualidad, en las regiones afectadas, cualquiera que pase apenas un día en ellas, recibe una dosis de radiación equivalente a una radiografía en el hospital. Eso, que parece poco, es una enormidad.

(Publicado en el diario "La Razón" de Buenos Aires)









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