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19 junio 2015

Hablar un poco de la realidad, conversar sobre poesía


Por Humberto Acciarressi

Política y fútbol, cada cual con lo suyo, acaparan la atencion de todos en estos días. Y aunque personalmente tengo pasión por ambas disciplinas, llega un momento en el que hay que hacer un parate. Por lo menos hasta que se anuncie el próximo candidato a vicepresidente o la Argentina juegue el sábado con Jamaica. En el siglo XIX, reunidos con periodistas amigos, Balzac solía decir: "Basta amigos, hablemos un poco de la realidad, hablemos de poesía". Cada tanto conviene seguir el consejo del autor de la "Comedia humana". Por ejemplo conversar sobre el mar en el universo de las letras, desde los tiempos en que Hela, con su hermano Frixo, surca el cielo tomada de la lana de oro del carnero Crisomalo cuando cae a las aguas y bautiza con su tragedia el Helesponto griego. O de Jenofonte, cuando al contar la odisea de los Diez Mil luego de la muerte de su jefe, Ciro el Joven, en la batalla de Cunaxa, en Asia, dice que los griegos recorren desiertos durante meses, desesperanzados, hasta ver las aguas del Ponto Euxino (Mar Negro) y se ponen a gritar: "Thalassa, thalassa" (el mar, el mar).

Desde aquellos tiempos -y aún antes- los poetas tomaron los mitos oceánicos y con ellos hicieron épicas fundacionales, en forma de sagas vikingas, leyendas americanas, relatos japoneses y poesías africanas. En la gesta germana de Beowulf, el cadáver de un rey danés es entregado "al poder del océano". Olaf Tryggvason, monarca noruego, salta al mar con su armadura cuando pierde una batalla en el año 1000 e inaugura un ciclo de la literatura nórdica. En ese escenario de agua se confunden las aventuras de Simbad el Marino relatadas en "Las Mil y una Noches", con escritos referidos a islas misteriosas, animales de pesadilla (Walter Scott habla de serpientes marinas en sus novelas), buques fantasmas, o un holandés errante. Con Homero arranca la cultura griega y nuestra civilización. Su "Odisea", continuación de la "Illíada", cuenta las desventuras de Ulises a su regreso de Troya. Camino a Itaca, sus encuentros con la ninfa Calypso, el cíclope Polifemo, los lestrigones, la maga Circe, Escila, Caribdis y las sirenas, dejan una larga estela en la literatura posterior. En el siglo de Pericles, Platón incorpora a la poesía el relato de una isla perdida, la Atlántida, que todavía genera libros, incluyendo el largo poema de Jacinto Verdaguer de 1878.

Alguna vez escribí sobre otras "hermosas islas fantasmas" (Heine) en las letras. "Desde el fondo del mar...nos llegan los tañidos de campanas nocturnas", dice el poeta alemán Wilhelm Müller al referirse a la legendaria Vineta. "El mar parece acero pulido que durmiera", canta a la mítica Rungholt el poeta Detlev von Liliencron. Torcuato Tasso, en su "Jerusalén libertada", describe el mágico jardín de Armida inspirado en la legendaria isla de San Brandán. También Shakespeare, en "La tempestad", cuenta las peripecias de sus personajes en una ínsula maravillosa. En "Los trabajos de Persiles y Segismunda", Cervantes salta de La Mancha a un escenario marítimo. "¡En mar tanta tormenta y tanto daño, tantas veces la muerte apercibida", dice Camoens en "Las Lusíadas", el poema de Portugal.

Por esos años, ya Jorge Manrique escribió que "nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir...". Y en el siglo XIX, Robert Stevenson, enfermo crónico (una pesadilla le inspira "El extraño caso del doctor Jekill y de mister Hyde"), recorre en un bote los canales del norte de Europa y en goleta los del sur. Su "Isla del Tesoro" nos cuenta de ese periplo. Hacia el fin de sus días se construye una casa en el islote de Apia, en Samoa, donde muere en 1894 rodeado de indígenas que lo llamaban "tusitala" (el que cuenta historias). Su contemporáneo Herman Melville, que pasa la juventud de buque en buque, publica "Omoo", "Redburn: su primer viaje", "La casa blanca: el mundo en un barco de guerra", "Benito Cereno". Ninguna de estas historias alcanza la altura poético-simbólica de "Moby Dick", la célebre ballena blanca. "Perseguirla es perseguir la muerte", dice Melville, que desde el fracaso de su novela en 1850 se convirtió en un amargado solitario.

Aunque era hombre de tierra adentro, Joseph Conrad fue un apasionado navegante, e hizo la carrera de grumete a capitán. Aunque "El corazón de las tinieblas", su novela más famosa, es un viaje fluvial, el mar estuvo muy presente en sus libros ("El negro del Narcissus", "El pirata", "La locura de Almayer", "Tifón"). Y ambién vale mencionar a Emilio Salgari, que pobló casi cien novelas con corsarios y filibusteros, o a Julio Verne, que paseó a los lectores por las profundidades submarinas. Poetas tan diversos como T.S.Eliot ("el grito de las olas, el grito de los vientos"), Miguel Hernández ("que me aconseje el mar lo que tengo que hacer: si matar, si querer"), Rafael Alberti ("pienso, mar, que la tierra no puede devolverte un rumor tan dichoso como el tuyo") y Paul Valery ("sí, mar, gran mar de delirios dotado... en un tumulto análogo al silencio") le cantaron al océano. Por su lado, Alfonsina Storni ("el alma mía es como el mar") eligió inmolarse en las aguas de Mar del Plata.

Hemingway y Neruda se regodearon con las aguas marinas. El primero alcanzó la cima del género en "El viejo y el mar", que cuenta la historia de un pescador que logra vencer a un gran pez, pero los tiburones destrozan su presa cuando la lleva a tierra. Neruda, por su lado, era un apasionado del mar, especialista en moluscos, coleccionista de caracoles (llegó a tener más de quince mil que se le caían de los estantes). Cuando murió, en 1973, residía en Isla Negra, frente "al camarada océano". La atracción por lo marino está en la condición humana. Para Camus, las jornadas del mar son todas semejantes, como las de la felicidad. Y el propio autor de "El extranjero" pudo escribir: "El arroyo y el río pasan. El mar pasa y permanece. Así sería menester amar, siendo fiel y fugitivo".

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)