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18 abril 2015

Morgan Robertson y la novela que vaticinó el fin del Titanic


Por Humberto Acciarressi

A las 23 horas del domingo 14 de abril de 1912, uno de los seis vigías del Titanic, Frederick Fleet, vio muy cerca algo mucho más oscuro que la oscuridad de la noche y bastante menos visible que en cualquier película de Hollywood. Cuando lo tuvo casi encima y advirtió que era un iceberg, tocó tres veces la campana y llamó al puente de mando. Los 37 segundos siguientes los vivió con el corazón a un ritmo de catástrofe. Hasta que finalmente, la proa comenzó a virar, el tajamar quedó despejado y el hielo quedó atrás por el lado de estribor. De acuerdo a las crónicas de entonces y a libros que las recopilaron -algunos de ellos sólo hallables en librerías de viejo-, sólo algunos escucharon un crujido casi imperceptible. Una de estas personas, Lady Cosmo Duff Gordon, sintió como si alguien hubiera pasado un dedo gigantesco por el costado del buque. El témpano había herido de muerte al barco, que comenzó a llenarse de agua.

Ya comenzado el nuevo día, a las 0.45 del 15 de abril de 1912, los hombres de la cabina del Titanic lanzaron desesperados el primer S.O.S de la historia. A las 2.10 se radiaron los últimos mensajes; a las 2.18 comenzó a apagarse el sistema de luces del transatlántico; y a las 2.20, el barco considerado "insumergible hasta por el mismo Dios", se hundió en su primer viaje llevándose al fondo del mar, en ese momento con una temperatura de 28 grados bajo cero, a 1.522 personas. Otro buque, el Carpathia, recogió a los 705 sobrevivientes que tiritaban en los botes salvavidas, la mayoría de ellos casi vacíos. Entre ellos estaba Bruce Ismay, presidente de la empresa constructora del Titanic, a quien la sociedad londinense condenó al ostracismo de por vida.. A grandes rasgos, y sin los detalles novelescos de la película más taquillera de Hollywood y de las anteriores, de esta forma se desarrollaron los momentos que hicieron que este barco colosal entrara en la historia.

La literatura, como suele ocurrir, también dio cuenta de este suceso marítimo con el que se llenaron miles y miles de páginas. Pero lo realmente insólito fue que catorce años antes de la tragedia, en las librerías de Europa, especialmente de Inglaterra, los lectores se habían topado con un libro titulado "Futilidad, o el naufragio del Titán". Su autor, Morgan Robertson, era un marino de los Estados Unidos, al que algunos le atribuyen la invención del periscopio, que, en sus ratos libres, se dedicaba a escribir. Lo asombroso es que con tal antelación, el transatlántico que describe en su novela premonitoria es casi idéntico al Titanic y tiene el mismo fin. Ambos eran considerados "insumergibles", tenían tres hélices y dos mástiles, los dos zarparon de Southampton con 20 salvavidas que no alcanzaban para los 2.223 pasajeros (en el caso del Titanic) y 22 para el mismo número de pasaje (en el Titán). Como si estas casualidades no bastaran, los dos transatlánticos llevaban como capitanes a un señor Smith y se hundieron una noche de abril, luego de chocar contra un iceberg a 400 millas de Terranova. La única diferencia sustancial es que del Titanic se salvaron 705 personas y del Titán apenas 13.

En su momento, la novela de Robertson pasó inadvertida, hasta que recién en la segunda mitad del siglo XX alguien la desempolvó y advirtió las tremendas coincidencias. Dos años más tarde de la catástrofe real, este marino alcanzó a escribir una nueva novela en la que vaticinaba, con casi tres décadas de antelación al ataque nipón a Pearl Harbor, una guerra entre Japón y los Estados Unidos. La obra se titulaba "Más allá del espectro" y, cuando la aviación casi no existía, el autor pone en escena "máquinas bélicas voladoras". Tres años más tarde del drama del Titanic y a uno de la novela premonitoria de la Segunda Guerra Mundial, Robertson fue encontrado muerto en un cuarto de hotel de Nueva Jersey. Aparentemente, a los 53 años, había sido víctima de la sobredosis de un remedio que tomaba.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)