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10 octubre 2014

Roy Lichtenstein, el genio de un artista casi invisible


Por Humberto Acciarressi

Había nacido el 27 de octubre de 1923 y murió el 29 de septiembre de 1997, es decir que hace unos días se cumplieron 17 años de su partida. Fue, a pesar de su nombre difícil y su cara casi desconocida, uno de los íconos del pop del sesenta. Estrechamente vinculado a la modernidad, su estética marca una paradoja muy pocas veces vista, una frontera perfecta entre dos momentos. Roy Lichtenstein arrancó haciendo arte del comic (con sus pinturas basadas en historietas) y terminó haciendo comic del arte (con su reinterpretación de otros pintores). Provocador -y muy atacado por eso- él apenas condescendió a una ironía fresca y por momentos lúdica. A diferencia de un Warhol seducido por la fama hasta la exageración, Lichtenstein fue el artista invisible. Y en cierto sentido lo sigue siendo, aún cuando sus obras se vendan por millones.

Trataremos de no ser injustos: Warhol y los neblinas psicodélicas de su Factoría fueron más emblemáticos de aquellos tiempos. En rigor era Lichtenstein el que desentonaba. Cuando en 1994 se le dedicó la mayor retrospectiva de su vida, él se escapó. Alguna vez expresó sinceramente: "Intenté hacer un tipo de arte tan despreciable que nadie se atreviera a colgarlo en una pared". Tampoco le importó cuando la revista Life se preguntó "¿Estamos ante el peor artista de América?". Lichtenstein no parpadeó. Siguió con sus lienzos "duplicados" de Van Gogh and company o con sus viñetas del Pato Donald. Mientras Warhol trabajó con conceptos e íconos de la cultura de masas (Elvis, Marilyn, la sopa Campbell), Lichtenstein reprodujo la estética de la misma. Fue un enamorado del poder hipnótico de las imágenes representadas en el comic. Sus cuadros, que en los 60 y 70 parecían destinados a la fugacidad de lo inmediato, esperaron años para saltar a los museos.

Lichtenstein, con su obra, hizo perdurar una época que, en cierto sentido, terminó dándole la razón con la fuerza del cine. Y lo hizo cuando le dio carácter monumental a los "cuadritos" mínimos del comic. En 1957 había comenzado a experimentar con imágenes tomadas de las historietas de los papeles para envolver chicles y con la técnica de puntos y colores brillantes de las tiras cómicas. Asi creó una suerte de fotograma instantáneo que carecía del argumento del comic clásico, pero que poseía una gran potencia visual. Otras manifestaciones de su arte -los templos griegos, sus célebres pinceladas cómo íconos antiexpresionistas - no escaparon a su vocación por la experimentación, a su afán de "reescribir" las imágenes ofrecidas por el imaginario de los "mass media". Con eso se ganó un lugar de privilegio en las artes contemporáneas. Lo que no es poco.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)