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02 enero 2014

El verano porteño no admite saco y corbata


Por Humberto Acciarressi

Puede ser que hasta hace unas décadas se justificara. Incluso vale sospechar que, producto de la moda, haya hasta sido un imperativo cultural. Más aún, este columnista recuerda cuando para cubrir periodísticamente "parlamentarias" o "casa de gobierno" no te dejaban entrar sin saco y corbata, lo mismo que sucedía -y aún ocurre- en algunas galas teatrales o musicales. Aunque a muchos les molestara esa arraigada costumbre, en un tiempo no alcanzaba a ser bizarro. Eran épocas en que las estaciones del año duraban tres meses, y en el invierno se sufría el frío, en el verano el calor, y el calentamiento global estaba sólo en la mente de los escritores de ciencia-ficción.

Pero claro, el tiempo pasa y nos vamos volviendo tecnos. En la actualidad, durante los meses fríos, casi no se ven sobretodos, los guantes son más extraños que un unicornio en el zoológico de Buenos Aires, y las bufandas son menos para abrigar que para hacer pinta. Es decir, el calor se apoderó -incluso- de las estaciones ajenas. Y lo hizo tan a las patadas, que no estamos lejos de los días en que el crudo invierno vaya a durar más de una semana. Naturalmente, como contrapartida, las temperaturas ascienden, las sensaciones térmicas vuelven loca a la gente, las olas de calor se extienden hasta el infinito, y las alertas climáticas naranja y roja provocan estados lindantes con la locura.

Y en medio de este infierno que ni Dante se atrevió a soñar, uno observa espantado como en subtes, colectivos, taxis o caminando bajo un sol africano, miles de hombres con saco y corbata transpiran como condenados por algún dios olímpico. En rigor, se trata de fantasmas que arrastran su cuerpo contra natura y se encuentran más cercanos a la zombificación que a la vida de cualquier mortal. Con sus sacos y corbatas, en medio de temperaturas de 40°, uno ve a bancarios, empleados estatales o privados, abogados, empleados de oficina o de comercios, movileros de televisión que sufren con ese atuendo a orillas del mar, mientras otros chapotean semidesnudos en el agua.

Es inconcebible que a esta altura del calentamiento global, mientras se aconseja que la gente salga con ropa liviana, haya empresas u organismos gubernamentales que obliguen a sus trabajadores a utilizar saco y corbata.George Bernard Shaw decía que "la moda es una forma de fealdad tan intolerable que tiene que ser cambiada cada seis meses". Era, claro, una boutade del escritor irlandés. De lo que hablamos acá es mucho más grave. Se trata de un imperativo cuya raigambre ya se ha perdido en el tiempo y con el que sólo se obtiene -como decía Churchill- sangre, sudor y lágrimas, especialmente en una ciudad como Buenos Aires, cuyo clima tropical se incrementa año a año. Y eso que, de acuerdo a los especialistas, apenas estamos en los comienzos.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)