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21 diciembre 2013

La ciudad arde y ni los bomberos tiene agua


Por Humberto Acciarressi

Más alla de las llamadas "sensaciones" (de inseguridad, térmicas, apocalípticas, etc), la Argentina -y en lo que nos atañe, la ciudad de Buenos Aires y el primer cordón de la provincia- están viviendo uno de los peores momentos de los últimos tiempos. Los trastornos climáticos no se le pueden achacar a nadie en particular, o en todo caso a la raza humana en general, por los desastres que hizo, hace y seguramente hará hasta el momento en que el planeta estalle como en una película catástrofe. Pero en lo que atañe a las consecuencias, sí pueden particularizarse las cosas. Y la gente, a veces, se hace la muerta para ver quien va al entierro, pero un día explota (siempre explota, no se conocen excepciones en la historia). Y los argentinos tienen sobrados motivos, canalizados no hace mucho en las urnas.

Decenas de barrios y ciudades sin luz, muchos de ellos sin agua o con un hilito que sale de las canillas (lo que lejos de servir para algo, está como para despertar un deseo), una inflación que no frena y funcionarios que ofrecen las explicaciones más absurdas para justificar años de desidia y falta de controles, no hacen más que sublevar a cualquiera. Para colmo, algunos de esos que deberían dar soluciones en lugar de hablar del sexo de los ángeles, intentan -vanamente, obvio- hacer sentir a la población que es la culpable de la llegada de los jinetes del apocalipsis y todos sus amigos imaginarios. 

Estos días, quien haya hablado con la gente en la calle, visto las imágenes del país y vivido en carne propia, ha verificado el desastre de ver a trabajadores de las empresas concesionarias de los servicios públicos confesar "esto no se arregla", "acá hay que cambiar todos los cables", "ni siquiera tenemos los planos por donde corren los caños maestros" y frases que lastiman toda lógica. Incluso en un estado que estuvo presente donde no debería haberlo estado, y totalmente ausente de los más vitales y elementales.

No es casual que hasta los canales pauta-dependientes hayan sido superados por la realidad y no les quede más remedio que ponerle el micrófono a hombres y mujeres de todas las edades que dicen hasta lo inimaginable de las empresas de servicios y del gobierno nacional. Esa gente, que paga sus impuestos, los servicios que no le dan y no tiene vocación de saqueadora, es la que se tiene que aguantar a -por ejemplo- un funcionario de Edesur Lanús decirle: "Y, van a tener que comprarse generadores". Si un país que ni Bretón soñó cuando escribió su Manifiesto Surrealista no suceden cosas más terribles, es porque sus habitantes -en líneas generales- son esencialmente civilizados. 

Cualquier película de terror en la que una persona sin agua ni luz, con un calor sobrehumano y en los prolegómenos de las fiestas, recibe la información -no de una persona, sino de la voz mecánica e impersonal de una grabación- que "no se sabe la fecha de reposición del servicio", lo más seguro es que sufra más que en "El juego del miedo" y sus secuelas. Sin embargo eso pasa en la vida real en la sufrida Argentina, donde la preocupación de sus habitantes se concentra, cada vez más, en si en el quiosco quedarán velas o alguna botella de agua mineral. La realidad la vive y la sufre la ciudadanía. El resto, como decía Flaubert, es literatura. O, como añadimos nosotros, cuando el "relato" se transforma en "verso".

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)