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30 mayo 2013

Morirse es una lástima, pero además es muy caro


Por Humberto Acciarressi

Pensar en morir, así creas en la vida eterna, o en el Karma, o en la disolución en el Nirvana, o en los zombies y los vampiros, o en todas las variantes posibles, siempre genera un leve cosquilleo. Algunos, como Bergman en "El séptimo sello", ofrece la posibilidad de una partida de ajedrez para retrasar el momento que todos atravesaremos cualquier día. La muerte, en definitiva y por lo que tiene de contundente, es -por lo menos- una lástima. Pero eso no sería nada, ya que es inherente a la condición humana. La muerte también es un gastadero de guita.

Si sos una persona normal, sin pretensiones de grandes monumentos funerarios, ataúdes "Embajador" y otras gansadas faraónicas, ya le costarás unos cuántos pesos a tu familia. Un ataúd común, un poco de tierra, una corona y las costumbres funerarias triviales, le cuestan mucho dinero a quienes quedan. Ahora imaginate lo que ha desarrollado la industria-comercio mortuorio. Y agarrate del asiento porque vamos a despegar.

En Barcelona, ya aparecieron unos ataúdes que son, en realidad, Mercedes Benz adaptados a la eternidad. La empresa Bergadama les integra lo último en tecnología, desde iluminación con LED y colores personalizados hasta cristales polarizados que se activan a control remoto, cosa que el muerto se sienta cómodo en el más alla. El precio, entre los US$78.000 y los US$103.000. Después están las lápidas fabricadas con vidrio resistente, que dejan incluir un código QR que permite con un simple smartphone conectarse a una web, a un blog o a un portal de música. El primer objetivo es conocer cosas del fallecido. El segundo, navegar en el cementario. No, el muerto no.

Hay decenas de estos delirios: desde motos que llevan a motoqueros que creparon a su última morada, hasta ataúdes refrigerados que permiten que el alma en pena cruce el río de los muertos sin sufrir los calores de los que hablan los poetas. También hay cajones ecológicos, conocidos en el mercado como "biodegradables". En síntesis, no contentos con hacer negocios con los vivos, hay quienes ya han traspasado la barrera y lo hacen con los muertos. Mundo loco, éste.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)