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20 diciembre 2012

Un búnker sexual para esperar el fin del mundo


Por Humberto Acciarressi

¿Estás cansado de qué te hablen del fin del mundo? Lo lamento. A mí me gustaría tener la plata de Britney Spears y ni llego a fin de mes. De manera que, frente a la inexistencia de otras noticias, no nos queda más remedio que escribir sobre un acontecimiento que, en el mejor de los casos, nos va a enviar de cabeza a la edad de Piedra. Ayer ya comentamos algo en esta columna, y en la edición de hoy el tema continúa.

Suponiendo que el viernes se cumplan las profecías de los apocalípticos -cosa tan improbable como encontrar un unicornio en el zoo de Buenos Aires-, estamos condenados a convertirnos en polvo de estrellas. Lo cual hasta le da cierto toque hollywoodense a la catástrofe. Si ves a alguien con pinta de científico, pero la cara de Tommy Lee Jones, la cosa va en serio. Quiero decir la película.

Hace más de un año, en estas líneas, contamos la historia de los vivillos que vendían terrenos para ver con mayor comodidad ese fin del mundo anunciado por un grupo de mayas, que imagino con la cabeza empantanada por cierta bebida de hongos alucinógenos y abundante peyote. Los caraduras hasta vendían plateas preferenciales en no recuerdo qué monte europeo.

Ahora, en esta misma línea de trabajo -es decir "el curro"- una productora llamada Pink Visual, que se especializa en el no bien comprendido cine para adultos (eufemismo para las pelis pornográficas), desarrolló un interesante proyecto para esperar el fin de los tiempos: un búnker sexual. No sé lo que pasara afuera, es decir en el resto de la Tierra, pero no me caben dudas de lo que sucederá dentro de ese refugio al que accederán 1.500 invitados especiales, para mantener entre ellos relaciones sexuales. Una loa colectiva al nunca bien ponderado "a (omito el verbo por horario de protección al menor), que se acaba el mundo". Las cosas que tiene lo asemejan más a un prostíbulo que a un búnker para esperar el apocalipsis. Aunque en definitiva, cada uno es dueño de morir como quiera.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)