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21 septiembre 2012

Un militar fingió morir para terminar un amorío

El comandante que se hizo el muerto, en el submarino
Por Humberto Acciarressi

Michael P. Ward II era, hasta hace unos días, el comandante del submarino estadounidense Pittsburgh, con base en Connecticut. Era, además, un tipo de 43 años felizmente casado y había formado parte de la Junta de Jefes del Estado Mayor en Washington. No era un pichi más, de esos que mandan en la primera oleada de invasión. En sus ratos de ocio pescaba, iba de caza y últimamente se había conseguido una amante. Una chica que hasta tuvo la mala idea de quedar embarazada, aunque finalmente lo perdió.

Todo fue muy terrible, pero lo peor estaba por llegar. Cierto día, un correo electrónico firmado por un tal Bob, que se hacía pasar por compañero de trabajo de Michael, le comunicó que el militar había muerto. Ella ignoraba que era casado. Durante horas, la dolida mujer condujo en compañía de su madre y su hermana para dar el pésame a los familiares del comandante del submarino. No paró de llorar en todo el viaje hasta Virginia. Tocó el timbre en una casa y Jon Boyle, un amigo real de Ward, medio confundido, les dijo a las tres mujeres que el "muerto" estaba vivito y coleando en una base naval de Connecticut. Incluso le comentó que él mismo le había comprado la casa en cuyo living estaban.

La Ley de Libertad de Información que rige en los Estados Unidos permitió que la Associated Press reclamara documentación sobre el caso y publicara, más tarde, que Ward fingió su muerte para terminar con el amorío, que fue destituído de su puesto en el submarino, y recibió varias reprimendas por haber cometido adulterio y otras violaciones a los códigos militares. Ahora, el chanta está asignado a un grupo submarino en Groton y no responde a la prensa. Como se desconoce el nombre de la mujer, no sabemos que calvario atraviesa. O mejor aún, qué satisfacción está disfrutando. El curro de hacerse el muerto debe rendir sus frutos en un país que vive en guerra. Pero la mentira tiene patas cortas. En especial si en medio hay una mujer enamorada, dispuesta a cruzar varios estados para dar un pésame.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)