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15 febrero 2012

La mafia, Facebook y la estupidez

Por Humberto Acciarressi

Michele Grasso, un narco y mafioso italiano, estaba convencido de que se las sabía todas. Una especie de Gardel italiano, con Aguilar, Barbieri y Riverol (los guitarristas del cantor porteño), que era idolatrado por sus secuaces. En el 2010, la policía comenzó a seguirle la pista y pronto se ordenó su detención por tráfico de drogas. Fue por entonces que Grasso desapareció de su ciudad natal, Taormina, en la Sicilia que fue cuna de la Cosa Nostra. Nadie conocía su paradero. Ni siquiera cuando en 2011 fue condenado a prisión en ausencia.

Hasta el momento se desconoce por dónde anduvo el narco. Ni siquiera si se fue directamente a Inglaterra con el fruto de sus delitos. Y tal vez seguiría en el anonimato si la fanfarronería insular (un clásico de los mafiosos sicilianos) no lo hubiera convencido de que era inhallable por la policía. Fue entonces cuando Grasso atravesó la peor de las murallas: la que separa la sensatez de la estupidez más grande. Se abrió una página en Facebook y comenzó a subir fotos suyas en lugares turísticos bajo el título "Navidad en Londres".

Este peligroso payaso dejó en la red social, sus imágenes en el Museo de Cera de Madame Tussauds, junto a las representaciones de Obama, Tom Cruise y David Beckham. Un tarado importante. En una de las fotos se lo ve junto a un muñeco de hielo armado por él -un engendro mal realizado, todo contrahecho y con una zanahoria por nariz- y un comentario: "¿Vieron lo hermoso que está aquí con la nieve?". Dado que sus cómplices tienen el mismo coeficiente intelectual que Grasso, uno de ellos le dejó un mensaje: "¿Por qué no me dejas saber dónde estás en caso de que te quedes atrapado?". Ese fue el comienzo del fin.

Hace unos días, la policía italiana se comunicó con sus pares ingleses, el narco cayó preso, y ya está en una prisión romana. Allí tendrá todo el tiempo del mundo para subir fotos y textos en Facebook, mientras sus ancestros mafiosos se revuelven en sus tumbas.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)