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17 agosto 2011

Un chico llamó a la policía para no limpiar

Por Humberto Acciarressi

El chico tiene once años y ya que no puede revelarse su nombre, hay que señalar que es un vivo del año cero. El asunto no comenzó bien. Porque cuando alguien atendió el teléfono en la central de policía, la voz de un chico denunciaba, con angustia, que era sometido a "trabajos forzados". Inmediatamente, en la ciudad de Aquisgrán, en el oeste alemán, varios móviles se encaminaron a la casa en la que el nene "padecía" el maltrato. Naturalmente, los agentes que llegaron escucharon primero la versión de la "víctima".

"Tengo que trabajar todo el día. No tengo tiempo libre", le dijo el niño al policía. Estos estaban extrañados por la buena pinta del nene, todo lo contrario a un personaje de Dickens. Y su madre, parada al lado del sabandija, lo miraba atónita ¿Y usted quiere decir algo, señora?, le preguntaron los uniformados. La mujer, casi sin entender lo que ocurrría, explicó que el hijo la venía amenazando desde hace rato con llamar a las autoridades si ella le pedía algún favor. Claro, hay tareas y tareas. Una cosa es limpiar la mesa y otra levantar la pirámide de Keops. Mientras, el nene no paraba de quejarse, pero asentía lo que decía la mamá. Es decir que reconocía la versión de su "victimaria".

"Se pasa el día jugando y cuando se le pide que recoja lo que ha desordenado, dice que es trabajo forzado", explicó la mujer. Los uniformados le hicieron un gesto para que se callara, pero no da mala manera, sino como explicándole que entendían todo. El Isidorito Cañones alemán estaba contento: al fin alguien lo comprendería. Y mantenía su cara de víctima. "Estoy en vacaciones de invierno y ahora quiere que barra la terraza", alcanzó a musitar. Fue la gota que faltaba.

Los cables no indican si alguno de los presentes se sintió tentado a pegarle una patada. Y ojalá no haya sido así, primero porque es ilegal y brutal, y segundo porque el chico de marras hubiera ido hasta la mismísima Corte Internacional de la Haya. Obviamente los policías se fueron y es de sospechar que la que más sufrió con esa partida fue la madre.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)