Páginas

27 julio 2011

Delincuentes mexicanos prefieren la cárcel



Por Humberto Acciarressi 

"Todavía me quedan 45 años y nueve meses de condena, pero tan mal no la paso", se jactaba Juan Manuel Márquez, preso en una cárcel de México. Con airte acondicionado, reproductores de DVDs, heladeras, cocinas de lujo, muebles de madera lustrada, televisores de plasma, microondas y tres celdas en suite, como para quejarse. El tal Márquez estaba mejor que en el Sheraton y seguramente sentía que el gran acierto de su vida era haber liquidado a balazos a dos chamacos. Para que tengas una idea de la vidurria que llevaba el preso, había ocasiones en las que rentaba las celdas y ya había recaudado varios miles de euros. Los propio mexicanos dicen que ir a la cárcel no importa si se tiene plata para pagar. Y el pago incluye desde objetos, pasando por bebidas y drogas, hasta guardias y directores de presidios. 

Desde hace unos días, Márquez - "el hotelero", como le decían- está en una celda de castigo, porque la otra era, obviamente, para la joda. En un penal de Hermosillo, las autoridades llevan meses tratando de dar con las celdas en las que funcionan bares nocturnos. Parece chiste pero no lo es. En otras trabajan comercios de ropa y objetos varios, como si fuera un shopping. Insisto: no es una broma. Un director de prisión apenas duró tres días en una de las cárceles. Al cuarto, su mujer se había convertido en su viuda. El pobre tipo había reemplazado en el cargo a otro directivo carcelario, que fue echado cuando se descubrió que organizaba activamente y colaboraba en la fuga de presos. 

Hay lugares que parecen el reino del revés. En Chihuahua, en la frontera con EEUU, se acaba de clausurar un animado bar penitenciario donde podía comprarse cerveza, tequila, marihuana o heroína, además de armas de todo tipo y calibre. En esas celdas se le ofrecía a los clientes la oportunidad de disfrutar de unas buenas partidas de billar. Y se sabe que en el DF se realizan en las cárceles fiestas privadas con parrilladas, música, alcohol y sexo. Ah, me olvidaba, los guardias hacen de porteros. Plop. 

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)