Páginas

20 diciembre 2010

Marta Minujin, la bestia pop


Por Humberto Acciarressi

Hiperactiva, todo el tiempo imaginando obras posibles para ella e imposibles para otros, Marta Minujín mantiene el espíritu alegre y rebelde de los años sesenta, pero con una madurez ganada en nuestro país e internacionalmente. Reflejada en sus obras de taller y en esas instalaciones monumentales a las que acostumbró a los argentinos desde hace ya cuarenta años, esta artista singular, única, es una trabajadora incansable. Ahora, quienes quieren abarcar la obra completa de Minujín, pueden visitar hasta febrero próximo la megamuestra del Malba, que logra revelar la complejidad de esa trayectoria.

Obras y fotos del archivo de la misma artista conviven, en una especie de caos organizado, los diferentes momentos de su vida profesional. Los 30.000 libros censurados durante la dictadura militar que formaron parte del Partenón y que luego fueron repartidos entre la gente, son un ejemplo de cómo Minujín fue caminando pareja a los cambios estéticos sociales de cada época, pero siempre con una mirada alternativa, no convencional, ajena a otros intereses que no sean los del arte. Marta Minujín es también una pionera en otra cuestión muy en boga en este momento: fue, es y será una figura mediática. Claro que su excentricidad no descansa en la insistencia televisiva sobre figuras de cartón pintado, sino que tiene algo de "dalinesco" mezclado con una dósis de Yoko Ono.

La artista tiene en la actualidad 67 años; el 30 de enero sumará uno más. El dato no es ocioso: precisa que casi toda su vida estuvo vinculada al arte. Y se permite decir que el reconocimiento por su obra primero vino del lado del público y recién después del coleccionismo. No le falta razón a esta mujer que pocas veces no se la ve sonriendo y que argumenta que toda su vida será una hippie. Verla trabajar en su taller es un gusto. Hablar con ella de las obras pasadas, presentes y futuras un aliciente para el espíritu.

Es casi imposible estar con ella y no sentir el entusiasmo que transmite por el arte que ella misma forjó. Admiradora de los grandes de la plástica, desde hace un tiempo sueña con llevar a cabo un proyecto monumental, tal vez el más grande hasta el momento: la Torre de Babel con libros en todas las lenguas. Hace bastante que habla de esto, de manera que no debería extrañarnos si un día de estos comienza con la tarea de plasmar la obra. Mientras, recorrer su vida artística en el Malba es casi un deber para los amantes del arte.

(Publicado en La Razón, de Buenos Aires)