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29 octubre 2010
Néstor Kirchner y la tristeza popular
Por Humberto Acciarressi
La imagen es una y múltiple. Ninguna mirada, entonces, puede ser igual a la otra. Esas miles de personas que se acercan para despedir a Néstor Kirchner -unos caminando breves segundos junto a su féretro, otros desde los aledaños de la Plaza de Mayo- ofrecen un espectáculo que ya se ha vivido varias veces y naturalmente se volverá a vivir. Pueden cambiar los rostros; no el sentimiento. En esta oportunidad, el dolor -más allá de alguna escaramuza leve- es compartido por jóvenes estudiantes de clase media, barbudos setentistas, militantes con la remera con la leyenda en verde de la juventud sindical sobre fondo blanco, otros con la camiseta argentina con el "10" en la espalda, los que dicen "todavía no lo puedo creer" o "murió en su ley", hasta los que sostienen -más politizados- "nos quedamos sin candidato" o "junto con él se murieron varios".
También hay dos tipos de personas. Por un lado los que intentan marcar el territorio que se viene, que cada tanto se exaltan e insultan a Cobos o Duhalde sin encontrar eco en la mayoría. Y están los más, quienes tienen caras de tristeza, los que lloran, los que charlan y se cuentan anécdotas verdaderas o fantasiosas. A los vendedores de banderas, gaseosas, choripanes y variopinto merchandasing, se le agregan los turistas, cámara en mano, que vinieron por un paisaje y se llevan un hecho histórico.
A los que nos dan los años recordamos la lluvia que cayó durante largos pasajes del velorio de Juan Domingo Perón. Esa tortura se le ahorra a los que le dan el adiós a Kirchner, que es despedido en un "día peronista", según esa mitología militante que se apropió de un símbolo en clave climática (Nota del autor: esto fue escrito anoche y publicado en la edición de hoy, cuando no se auguraba la lluvia). Los helicópteros, la bandera de la Casa Rosada a media asta, los cholulos que se abalanzan sobre los periodistas cuando algún "famoso" (en ocasiones ilustres desconocidos) es entrevistado. Nada de eso pueden tapar esas nubes del alma que siente el pueblo, kirchnerista o no.
En las escalinatas de la Catedral, allí donde se paran los que "no están del todo", se juntan los grupos de personas que denominaremos el público del público, espectadores a la segunda potencia, los que en un partido miran las tribunas. La contracara es esa mujer de unos sesenta años, de pollera y blusa color crema, una cartera humilde con la correa que le cruza el pecho. Está sola, no habla con nadie, tiene la mirada lejana y triste. Y para no perder el ritmo de sus sentimientos, cada tanto agita una banderita argentina que es inmensamente más conmovedora que los grandes "trapos". Luego cae la noche, siempre propicia a la melancolía. Y el llanto vuelve.
(Publicado en La Razón, de Buenos Aires)
Fotos: Eduardo Longoni y Emmanuel Fernández