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25 julio 2008

Antonin Artaud y un bife con papas fritas


Por Humberto Acciarressi 

Dicen, pero no hay seguridad, que murió por una sobredósis de cloral autoadministrada. Dicen, también, que lo encontraron aferrado a un zapato en la cúspide de una locura que lo postró durante largos años de su vida y que no logró desintegrar su arte variado. Se sabe que Antonin Artaud fue escritor, poeta, actor de teatro y de cine, y que escribió algunos de los textos más inquietantes del siglo pasado.

Este ser excepcional, que al fallecer en marzo de 1948 parecía cargar con casi cincuenta años más de lo que tenía, escribió en una oportunidad: “En realidad nunca nací y es por eso que no puedo morir”. Ese tráfico espiritual con una eternidad soñada o con una desazón forzada, fue el que sostuvo mucho de esos trabajos que ahora publica Cántaro bajo el título inexpresivo de “Textos escogidos”. “Tric-Trac del cielo”, “Bilboquet”, “El arte y la muerte”, “Textos surrealistas”, son algunos de los capítulos que pueden recorrerse en este trabajo que, además, cuenta con una muy buena introducción de Pedro Rey.

Pero además está la correspondencia que Artaud mantuvo con Jacques Riviere, por entonces secretario de redacción de la Nouvelle Reveu Francaise, autor de una novela titulada “Aimeé” y muy recordado por haber defendido en su momento “En busca del tiempo perdido”, cuando André Gide defenestró la obra de Marcel Proust. Riviere murió joven, apenas un año después de haberle negado la publicación de algunos poemas a Artaud, lo que motivó el inicio de ese riquísimo intercambio epistolar, luego editado en forma del libro como “Una correspondencia” y con tres asteriscos en lugar del nombre del poeta.

El desgarramiento medular, el extrañamiento visceral que se advierte en los textos de Artaud, en la misma línea que otros suyos más conocidos, hacen de su aventura literaria una de las más singulares del siglo. Y eso que debe señalarse que son obras, las recopiladas en el libro, que integran la primera etapa de su íntimo y doloroso comercio con la literatura.

Escrito en instantes de “un lúcido agotamiento”, como dice Rey en el prefacio, Artaud le envió a una amiga (Marthe Robert, futura especialista en Kafka) unas líneas que completaban aquellas del no-poder-morir. Alli le dice: “Para los burros médicos-legales se trata de un delirio; para otros, de poesía; para mí, de algo tan verdadero como un bife con papas fritas”. Esa conciencia de una imposibilidad, esa provocación que ni sus compañeros surrealistas comprendieron, están en la columna vertebral de su obra, cuya primera época ahora puede releerse.