En junio de 1986, a días de la muerte de Jorge Luis Borges en la ciudad de Ginebra, el entonces Suplemento Cultura y Nación del diario Clarín publicó una entrevista con Adolfo Bioy Casares. Frente a la pregunta de cómo recibió la noticia del fin de su colega y amigo (amistad que los dos grandes escritores argentinos cultivaron con entusiasmo), el autor de "La invención de Morel" dijo:
"Siempre pensé que la lucidez y la inteligencia son indispensables para la vida, que somos nuestra inteligencia. Pero creo que la vida exige que la inteligencia duerma de vez en cuando. Así, como para vivir necesitamos la vigilia del día y el sueño de la noche, también necesitamos cierta ceguera, no ver algunas cosas. Cuando Borges se fue (de Buenos Aires) me dijo que estaba muy enfermo. Le pregunté si era prudente el viaje y él me dijo:"Para morir no importa el sitio dónde uno está", opinión que él sabía compartía conmigo".
"Cuando me llamó el día antes de que se supiera de su casamiento -yo tampoco lo sabía- le pregunté cómo estaba y el me respondió "Muy embromado". Le manifesté mi enorme deseo de verlo, a lo cual respondió: "No voy a volver nunca". Se le quebró la voz y cortó la comunicación. Esa conversación fue, a todas luces, una despedida".
"Con todos esos elementos, sin embargo, yo ponía la muerte de Borges en el futuro, es decir, en algo irreal para la vida cotidiana. Entonces ayer, después de almorzar, salí a caminar por este barrio para buscar en los quioscos un libro de Dunne llamado Experimento con el tiempo, libro muy importante en nuestras vidas ya que nos conmovió a ambos, nos hizo soñar, pensar, escribir. Un muchacho me habló para decirme que ese era un día muy especial. Lo repitió con insistencia, y entonces le pregunté por qué. "Porque hoy en Ginebra murió Borges".