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14 enero 2007

Salvador Dalí: loco, fanfarrón y genial


Por Humberto Acciarressi

Uno de los grandes lujos del siglo XX -tan rico en sordideces- fue haber parido a un personaje como Salvador Felipe Jacinto Dali y Domenech. O Salvador Dali a secas. Excéntrico, bufonesco, renacentista y vanguardista a la vez, fue uno de los artistas más geniales de la centuria. Dali nació en España el 11 de mayo de 1904 con una desgracia a cuestas: sus padres le pusieron el mismo nombre que a un hijo anterior, muerto de meningitis, lo que le costó arrastrar de por vida con un trauma recurrente. Amante de su madre, tampoco pudo soportar que a la muerte de ésta su padre se casara con su tía Catalina. Fue tanto el dolor, que frente a la tumba de su mamá Dali hizo un llamativo juramento: "Voy a ser inmortal".

Sobre su obra se ha escrito mucho y sólo, en estas pocas líneas, puede darse un consejo: hay que recorrerla con el corazón y la sensibilidad en la mano. Más allá de bravuconadas al estilo de "el surrealismo soy yo"; sus antipáticas exclamaciones -como cuando al enterarse del fusilamiento de su amigo Federico García Lorca gritó "¡Olé!"-; o su locura fingida que terminó siendo real; Dali es uno de los más grandes íconos culturales de la modernidad.

En 1964 publicó una de sus tantas autobiografías, en la que sostenía: "Este libro va destinado a probar que la vida cotidiana de un genio, su sueño, su digestión, sus éxtasis, sus uñas, sus resfriados, su sangre, su vida y su muerte son esencialmente diferentes a los del resto de la humanidad". En materia política fue un reaccionario que apoyó a Francisco Franco y que adoraba la monarquía. Y también juraba con desdén: "En el mundo hay dos cosas que me interesan: la aristocracia y el pueblo. Detesto la burguesía". Esto, cabe aclararlo, ha llevado confusión a ciertas mentes retrógadas de la izquierda, incómodas frente a los grises que existen entre el blanco y el negro. Le gustaba y se divertía a lo loco con "boutades" al estilo de "Picasso es español, yo también. Picasso es catalán, yo también. Picasso es comunista, yo tampoco".

Hay datos poco interesantes en su vida, como que en 1979 ingresó a la Academia Francesa de Bellas Artes; o que su mujer lo hacía cornudo cada vez que podía; o que fue el artista-comerciante más vilipendiado del mundo (Picasso no le fue a la zaga, pero tuvo mejor prensa). Existen otros elementos que tienen mayor relevancia: publicó la novela "Rostros ocultos"; colaboró con la escenografía de "Cuéntame tu vida", de Alfred Hitchcock; o le contó a un sorprendido Sigmund Freud sus recuerdos intrauterinos.

El gran amor de su vida, naturalmente, fue Gala (Helena Diluvina Diakonoff), que anteriormente había sido la mujer de Paul Eluard, que cuando se la presentó -según recordó años más tarde- advirtió que la perdía. "Los vi mirarse y me di cuenta de que se habían enamorado. No me quedó más remedio que hacer mutis por el foro", reconoció el poeta flemáticamente. Dalí, que hasta ese momento era un onanista consumado, se encandiló perdidamente y se casó con ella dos veces: una por los cánones del catolicismo; otra por el ritual copto-ortodoxo. No sólo fue su esposa, sino que además fue su musa: hay por lo menos sesenta cuadros inspirados en ella.

El 10 de junio de 1982 Gala se murió. Dalí, sin más ataduras a la vida, se dejó llevar por una demencia insinuada en reiteradas oportunidades. Le comunicó al mundo "estoy muriéndome de amor" y se fue a encerrar en su castillo de Pubol, donde su psiquis entró en una vorágine sin retorno. En una oportunidad casi se quema vivo entre las sábanas de su cama; se habló de intentos de suicidio; se le comprobó una depresión descomunal; y él mismo afirmaba que era un caracol. Cuando en 1986 aceptó posar para unas fotos de "Vanity Fair", lo hizo con una gran cruz y el tubo nasal por el que fue alimentado durante cuatro años.

Siete años después de gala, el catalán murió el 13 de enero de 1989. Poco antes de ese tránsito deseado intensamente desde la muerte de su mujer, Dalí alcanzó a decir: "Es inútil...cada día soy más genial". Y no estaba equivocado. Por eso, aún antes de su triste final, el pintor ya sabía que tenía ganada la inmortalidad jurada ante la tumba de su madre.

(Publicado en la revista "Asi")