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12 noviembre 2006

Reflexiones a bordo de un colectivo


Por Humberto Acciarressi

El colectivo de la línea 168 sortea autos y asusta peatones por la calle Moreno. El calor es tan insoportable como la señora que le canturrea al hijo y al resto del pasaje una melodia horrible y mal entonada. Secuelas del televisivo "Cantando por un sueño" - ya insoportable de por sí-, que con casi 35 grados tiene el agrio sabor de una pesadilla. Como amigos de los ejemplos, sugerimos imaginar a Nazarena Velez cantando en un colectivo en movimiento. Los pasajeros debemos sufrir un extraño karma, porque no hay uno que no se sienta un personaje del Infierno del Dante. Salvo dos mujeres, que ajenas al "concierto" dialogan animadamente en un asiento doble.

-Los dolores de cabeza que tengo son terribles. Tomo aspirinas y nada. Llamé al médico por teléfono y me dijo que si me siguen vaya a verlo.
-Señora, ¿no habrá mal de ojo?.
-¿Le parece?.

En los supermercados o en los bancos, en los barrios alejados o en el microcentro, ¿a quién no le han aconsejado alguna vez la consulta a un curandero?, ¿quién no ha reído con las sugerencias de este tipo?, ¿quién no las ha meditado con serenidad y cierta vergüenza? Desde la antigüedad, el hombre se ha visto inclinado a recurrir a la medicina natural. El "No creo en brujas, pero que las hay, las hay..." no es un adagio de los tiempos actuales, aunque eso no impide que siga vigente.

Durante la Edad Media europea, cuando la ciencia estaba recluida en los cuartillos plagados de manuscritos de los alquimistas, los hechiceros se multiplicaban paralelamente a las enfermedades. Claro que también alimentaron las hogueras mejor que el carbón. Y no sólo por prejuicios religiosos, sino en la supuesta defensa de lo que se llamaban "las verdades naturales". Pero las brujas se adaptaron a los tiempos modernos, dejaron de viajar en escoba y se refugiaron en las campañas bajo el nombre de curanderas. Y cuando hacen unos pesos, se alquilan un espacio en las mejores radios y transmutan sus "verdades" en oro como alquimistas del siglo XXI.

-Señora, ¿y si visita a un curandero?.
-¿Y dónde lo busco?.
-Pregunte, siempre alguien sabe.

Un anuncio propagandístico de principios de siglo XX aconsejaba la visita a una pitonisa que se jactaba de tener "el verdadero talismán del Jordán y la verdadera piedra de Imán". Todo un arcano, pero sugerente. Gatos egipcios, extraños lamas tibetanos, talismanes mágicos y patas de conejo. Y dentro de ese clima esotérico, el aviso informaba el pedestre "Hay sala de espera para señoras". No hace muchos años, una vidente que ponía avisos en los diarios era la proveedora de amuletos a varios jugadores de futbol.

En el siglo pasado, los curanderos llegaron a tener gran predicamento en los campos argentinos. El propio José Hernández debió consultar o conocer a algunos. "Y me recetó que hincao/ en un trapo de la viuda/ frente a una planta de ruda/ hiciera mis oraciones,/ diciendo: No tengas dudas/ eso cura las pasiones". Brebajes que los gauchos tomaban con asco, pero confiados. Y después se sacaban el feo gusto con una ginebra.

Nos dice un amigo viajero que en las zonas rurales de Alabama, para que a un chico le salgan bien los dientes no hay nada mejor que envolver el nido de un grillo en un trapito y atárselo al cuello. Para el dolor de estómago se recomienda masticar un palito de olmo o pasarse un huevo frío por la garganta. Frente a esto, por si las moscas, ante una dolencia estomacal convendría hacerse una pasada por la heladera antes de acudir a la Buscapina. De cualquier forma, ante cualquier duda consulte a su médico.

(Publicado en "El espectador de la Cultura)