08 diciembre 2015

Los autoritarios nunca quieren irse tranquilamente del poder


Por Humberto Acciarressi

Una de las características de la época es el poco conocimiento que algunos tienen de las palabras que utilizan. Ya Julio Cortázar, en una conferencia en Madrid, había sostenido que "si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad...". Y llamaba a lavar el lenguaje político de "tantas adherencias que lo debilitan". Los jefes de estado que se consideran personajes insoslayables de la historia con mayúscula, sin haber leído a Cortázar ni ningún libro de análisis del discurso, han hechos verdaderas catástrofes con las palabras. De allí que una de las características de este gobierno que se va, haya sido instalar "un relato" tan a contramano de la realidad como un libro de Lewis Carroll, aunque sin la belleza conceptual de las obras del reverendo y matemático Dodgson.

En verdad, en boca de ciertos poderosos, palabras como "democracia", independencia", "inclusión", "igualdad", "pueblo", son entelequias desprovistas de sentido con premeditación. En ocasiones, basta un desliz verbal para tirar por la borda una compleja construcción política. Ejemplo: cuando el presidente venezolano Nicolás Maduro dice que si pierde las elecciones legislativas del domingo se lanzará a las calles a defender el chavismo, no hace otra cosa que demostrar que no es un presidente democrático como se proclama, sino que es un fascista con todas las letras. Ocurre que el heredero de aquel militar golpista que fue Hugo Chávez y cuyo gobierno está en los más lamentables casilleros del mundo en materia de inflación, pobreza, desvalorización de quién no piensa como el mandamás de turno, chupamedias de toda laya, corrupción jamás vista, vinculaciones con el narcotráfico, etc, no parece estar bien asesorado por los "pajaritos" con los que consulta.

Pero los chavistas no sólo aplauden lo dicho por ese autócrata que es indigno de la tradición democrática de su pueblo (uno de los pocos que mantuvo la república en los tiempos de las dictaduras militares latinoamericanas, que Hugo Chávez tenía en muy buena consideración). También repiten como loros lo que dice Maduro. Ejemplo: "Hay gente que puede cometer el error de castigarse a sí mismos si votan a la derecha". No asociar esos conceptos con los propalados por la campaña instigada desde el poder por la presidente argentina en los meses previos a las elecciones, y que mantiene en una especie de delirio místico aún sabiendo que se va en unos días, sería hipócrita. Y eso explica la "sociedad" de la Argentina kirchnerista con la Venezuela chavista durante estos años. 

Los palos que Cristina Fernández le pone al presidente electo Mauricio Macri, ese insólito revanchismo que hasta provoca la vergüenza de los dirigentes que la acompañaron, son únicos en nuestra historia. Hoy, por ejemplo, el kirchnerista gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, declaró sin vueltas que "pretender empañar la asunción de un presidente electo por la mayoría de los argentinos por no asumir que uno perdió, a mi juicio es bastante más grave que algo de mal gusto: es un problema institucional severo". Sin embargo, la señora presidente hasta el 9 de diciembre, actúa de una manera insólita, ridícula, adolescente, al punto que, como Urtubey públicamente, ya son mayoría entre sus seguidores los que la consideran en voz baja la madre de todas las derrotas. Y de eso no se vuelve.

Cuando muchos se preguntan qué hará Cristina cuando tenga que dejar la Rosada (no entregarle el bastón de mando a Macri es un gesto de un día que habla muy mal de ella y de la institucionalidad que mintió durante tanto tiempo defender), no hacen más que plantear un tema realmente serio. Para quienes se sienten el centro del sistema solar, no hay Copérnico que les caiga bien. En algún momento, en alguna de sus millonarias residencias australes, lo del bastón y la banda presidencial será apenas la evocación de una revanchita que no podrá ocultar la realidad: la voz del pueblo le dijo "basta" al autoritarismo. Maduro, en Venezuela, no está muy lejos de ese triste destino de los se aferran al poder por el poder mismo.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)

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