21 noviembre 2015

Jorge Newbery, el primer ídolo popular argentino


Por Humberto Acciarressi

Fue, sin duda alguna, el primer ídolo popular no político de la historia argentina. Vivió entre 1875 y 1914, nació en la porteña calle Florida, y durante su corta existencia hizo más cosas trascendentes que otros que tienen miles de estatuas. Muy pocos saben que Jorge Newbery, pionero de la aviación sudamericana y mundial, fue alumno en los Estados Unidos -donde su familia se radicó cuando él era un chico- de Thomas Alva Edison. Cuando retornó al país con el título de ingeniero fue uno de los propulsores del alumbrado público en manos del estado, escribió un inhallable libro sobre el petróleo, o aconsejó y redactó leyes laborales para su amigo Alfredo Palacios, el primer diputado socialista de América. Todo eso a pesar de pertenecer a la aristocracia porteña, algo que jamás lo deslumbró

Sólo para mencionar algunos episodios de su vida, vale recordar que en 1899 fue campeón de box en Inglaterra; en 1901 fue campeón sudamericano de florete; en 1902 batió el récord de velocidad en bote de cuatro remos; en 1903 rompió la marca de permanencia bajo el agua; en 1904 lo nombraron el mejor jugador de rugby de la temporada; en 1905 fue campeón de lucha grecorromana; en 1906 venció con la espada a Berger, el más grande espadachín de la época y se adjudicó el Torneo Sudamericano. Este eclecticismo deportivo lo fue metiendo en el corazón de la gente de todas las condiciones sociales. En 1907, cansado de la tierra, comenzó a desafiar el aire. El 25 de diciembre de ese año, junto a Aarón de Anchorena, cruzó el Río de la Plata a tres mil metros de altura con su globo "El Huracán" (homenajeado desde su fundación por el Club Atlético Huracán, "el globito" en la jerga futbolera), lo que motivó la creación del Aero Club Argentino.

Apodado con simpatía "el loco de los globos", padeció no pocas tragedias, entre ellas la pérdida en el mar de su hermano Eduardo, a bordo de "El Pampero", o la muerte del hijo que tuvo con su esposa Sara Escalante. Muchas veces, para paliar el vértigo, iba a "Lo de Hansen", mitológico boliche de la Buenos Aires de entonces, a bailar los tangos que no entraban en las casas de la aristocracia. Paralelamente a todas estas actividades, su obsesión estaba en el cielo. Tenía el brevet número 2 de pilotos de globos y el 8 de aviador. Cansado de batir récords -en Buenos Aires había alcanzado los 6.225 metros de altura en El Palomar- se largó a Mendoza para cruzar la cordillera de los Andes. El primero de marzo de 1914, mientras esperaba que pusieran en condiciones su máquina, una mendocina se le acercó y le dijo: "Todo está muy bien, pero queremos verlo volar".

Desde los tiempos homéricos, la tragedia tiene esos detalles perturbadores. Sus entusiasmos por los vuelos y por las mujeres se unieron en el pedido de la joven. Fue así que subió el avión de Teodoro Fels, que no estaba en buenas condiciones. De cualquier manera todo consistía en hacer una breve pasada sobre el campamento de El Plumerillo, en Los Tamarindos, y después irse a descansar. El piloto le dijo a su amigo Jiménez Lastra, "¿venís conmigo, Tito?". A las 18. 40 el aeroplano comenzó a carretear. Unos minutos más tarde, entre los gritos de la gente y el llanto de un pueblo que ese mismo día suspendió los carnavales y lloró su muerte, el cuerpo de Jorge Newbery fue retirado de entre los hierros del avión caído. Sus funerales fueron majestuosos Un par de décadas más tarde, otro argentino ídolo de multitudes también moría en un accidente de aviación: Carlos Gardel. La tragedia, se sabe, no es amiga de las casualidades.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)