08 octubre 2015

Conan Doyle, entre el espiritismo y el odio a Sherlock Holmes


Por Humberto Acciarressi

Arthur Conan Doyle -no todos lo saben- tenía dos entusiasmos: el espiritismo y un profundo odio hacia su personaje Sherlock Holmes. En lo referido al primero, su adhesión a la existencia de un mundo más allá del nuestro tal vez se haya debido a la muerte de uno de sus hijos, Kingsley debido a una pulmonía contraída durante la Primera Guerra Mundial, en la que él había intentado participar sin lograrlo. Si bien es verdad que el escritor ya había frecuentado las doctrinas de Allan Kardec, existen cartas que ameritan pensar que eso lo volcó definitivamente al mundo de los espíritus. Pocos años más tarde, en 1926, escribió un libro difícil de encontrar, pero de gran fama: "Historia del espiritismo". Mientras se debatía en los vaivenes de su creencia, también se dedicó a escribir libros ignorados por completo, ciclo que abarca obras como los referidos a sus estudios de historiador, como aquellos en los que abordó la guerra de los Boers, los dramas del Congo, o bien sus relatos ficticios sobre el ejercicio de la medicina, el psiquismo profundo, el vampirismo energético y otros asuntos similares.

Mientras tanto, Conan Doyle frecuentó como amigo, entre otros ilustres, a Karl Marx, a Lewis Carroll, a Eduardo VII y al Dalai Lama. Y en sus ratos libres, a la lectura maratónica de los volúmenes de su biblioteca. Pero además hizo otra cosa: creó a Sherlock Holmes. Ya de entrada no se llevaron bien, puesto que el autor le dio a su personaje vicios que escandalizaban a la Inglaterra victoriana: morfinómano, misógino, músico ambulante y ex actor. Un verdadero escándalo. Como hombre de esas características no podía andar solo por el mundo, y de acuerdo a la tradición cervantina, Conan Doyle le adosó como escudero a John Watson, un médico y oficial retirado del cuerpo de sanidad. No vamos a mencionar -cosa que ya hemos hecho infinidad de veces- sus mejores andanzas en el mundo de la literatura. Digamos que Sherlock adquirió una celebridad que trascendió las fronteras del espacio y del tiempo.

En esos gambitos de la historia nació el odio de Conan Doyle por Holmes, que vampirizó no sólo a su creador. Un ejemplo: el actor Basil Rathbone, que interpretó a más de cincuenta personajes de Shakespeare, hoy es recordado únicamente por su protagónico del sabueso inglés. Para volverse a morir. Añado que los intentos de Doyle por "matar" a su héroe fueron infructuosos, de la misma forma que en centenares de ediciones sobre el detective ni siquiera se mencionan a su autor. Católico por formación, el escocés que fue del agnosticismo al espiritismo, también se entretenía pergeñando tramas imposibles, arrancándole canciones folklóricas a un viejo violín o publicando esos ensayos hoy desconocidos. Los apellidos del violinista Alfred Sherlock y del jurista Oliver Wendell Holmes se plasmaron en el célebre habitante de la londinense calle Baker 221-B, cuyo nacimiento fue fijado por los "holmólogos" el 6 de enero de 1887, con el libro "Un estudio en escarlata".

Un mal día del otoño de 1891, a sólo cuatro años del primer libro de la saga, Conan Doyle cometió "un crimen" que no le perdonaron. Hizo caer a su detective de un precipicio en "El problema final". Le llovieron cartas con insultos y críticas feroces. No aguantó y cedió. Hizo reaparecer a su archi-enemigo literario en "El perro de los Baskerville". Pero los lectores le exigieron aún más. Tuvo que explicar, en "El retorno de Sherlock Holmes", cómo había sobrevivido el detective a los planes asesinos de Moriarty. Conan Doyle convivió con el morfinómano durante 36 años más. Una pesadilla. En 1927 publicó "El archivo de Sherlock Holmes", y murió tres años más tarde, el 7 de julio de 1930. Nadie visita su tumba y a Sherlock aún hay gente que le envía cartas. Si tenía razón con esa cuestión de las almas, Conan Doyle debe estar pasando las de Caín.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)

EN 1930, CON UNO DE SUS HIJOS, POCO ANTES DE SU MUERTE