03 septiembre 2015

Chaplin, "Monsieur Verdoux" y el drama de los refugiados


Por Humberto Acciarressi

Supongo, espero, que a esta altura de los acontecimientos sean pocos quienes duden que Charles Chaplin no sólo es un genio irrepetible, sino uno de los íconos indiscutibles del siglo XX. Allí están sus más de 80 películas oficiales -hay varias que se exhiben inconclusas, cameos o con otros directores- dirigidas, actuadas y hasta con música de él, para probarlo. Y éstas exceden largamente las más célebres, es decir en las que interpreta al vagabundo Charlot, que son apenas un puñado, especialmente de la era del cine mudo. No la totalidad, pero me jacto de haber visto más del 80% de la producción chaplinesca. Y así como creo que "La condesa de Hong Kong" es su peor film, casi detestable, coincido con él que uno de los mejores -para Chaplin era "el mejor y el más brillante"- es "Monsieur Verdoux", de 1947. Cuando se estrenó ya habían transcurrido once años desde que su personaje más famoso se había ido caminando de espaldas y de la mano de Paulette Goddard, rumbo al infinito, en la escena final de "Tiempos modernos".

En 1922, en Versalles, fue decapitado Henri Désiré Landru, el "Barba Azul de Gambais", acusado de ser un homicida en serie de mujeres que fue condenado por once crímenes aunque se sabe que llegaron a casi 300. Recién en 1963 fue encontrada una carta de Landru en la que reconocía haber sido el asesino -cosa que negó en el proceso-, lo que inspiró una película de Claude Chabrol de 1963. Pues bien, el genial francés no había sido demasiado original, ya que 16 años antes, Chaplin también había utilizado a Landru para dirigir "Monsieur Verdoux", con guión de -nada menos- Orson Welles. No voy a añadir nada más a estas referencias, salvo aconsejar que aquellos que no hayan visto el film corran a buscarlo. Sólo una cita del final. A minutos de ser decapitado en la ficción del cine, el personaje interpretado por Chaplin es visitado en su celda por un cura. El sacerdote, consternado, le dice: "Hijo, vengo a que te pongas en paz con Dios". Y el criminal le responde con brutal sinceridad: "Padre, mi problema no es con Dios, es con los hombres".

Desde hace un tiempo vengo reuniendo material para escribir sobre el drama de los refugiados que escapan de la guerra civil siria, una tragedia que ya tiene casi un lustro, pero que se ha incrementado a límites de pesadilla en los últimos tiempos. Miles de personas apiñándose en las puertas de Europa, barcos que se hunden con hombres, mujeres y chicos, camiones que aparecen con decenas de muertos que no supieron de qué manera huir sin morir en el intento, gobiernos y gobernantes insensibles, pueblos con el chauvinismo a flor de piel, y ahora la foto terrible que fija el infierno en la imagen de un nene ahogado en las costas de Turquía. Y la impotencia, la tremenda impotencia de la mayoría de los hombres y mujeres, que ve como se degrada cada vez más la condición humana. La triste angustia de verificar que ya no sirven las palabras, aunque uno viva gracias a escribirlas. Y que uno deba recurrir otra vez al arte, así sea para sentir que contribuye en algo: "Mi problema no es con Dios, es con los hombres". Aunque poniendo el acento en que la frase no le pertenece de ningún modo al verdadero asesino serial, sino al genio de la dupla Welles-Chaplin, opositores hasta el hartazgo de los hacedores de la muerte y el crimen en cualquiera de sus formas.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)