10 julio 2015

Osvaldo Soriano, el mal karma de haber sido un best seller


Por Humberto Acciarressi

A raíz de nuestra columna sobre Manuel Puig (uno de los autores imprescindibles de la literatura argentina), no fueron pocos quienes señalaron que habría que recordar -también- a Osvaldo Soriano. Personalmente agregaría a Manuel Mujica Láinez o a Marco Denevi (especialmente "Ceremonia secreta", "Los asesinos de los días de fiesta" y "Rosaura a las diez") y a varios otros. Pero digamos que tienen razón quienes mencionan a Soriano, ya que como Puig fue víctima de varias injusticias. Fue, como el autor de "Boquitas pintadas", uno de los escritores más leídos durante casi una década en la Argentina. Y como si vender bien fuera sinónimo de mala calidad, fue también maltratado por la crítica académica. No es casual que el autor de obras como “Triste, solitario y final”, “Cuarteles de invierno”, “No habrá más penas ni olvido” o “Una sombra ya pronto serás” (las tres últimas con adaptaciones cinematográficas) no tenga más que algún trabajo perdido sobre su obra, mientras otros gozan de tediosos y largos estudios.

Hay cosas que no todos saben de la obra de Soriano. Cuando un cáncer de pulmón le quitó el último soplo de vida el 29 de enero de 1997, sus editores – que habían pagado muy bien los derechos de autor – sospecharon que las ventas se irían al cielo. Fallaron en sus cálculos. Sus libros dejaron de comprarse y, a menos de cinco años de su muerte, una de las editoriales más grandes del mercado adquirió esos derechos por unos pocos miles de dólares. Manuel Puig -y sobre todo el más grande de todos, Roberto Arlt - fueron víctimas de la misma injusticia. En rigor hay que señalar que Puig, Arlt y Soriano fueron sobre todo contadores de historias. Nada menos. En la falta de complejidad que se les achaca a su literatura está el fuerte de sus libros inolvidables. Lo que en otros es defecto, en ellos es puro mérito. Sus novelas no pueden desprenderse del tono periodístico de sus crónicas, así como éstas tienen una fuerte impronta literaria que las convierten en clásicos del género.

Osvaldo Soriano fue un fanático del futbol, amante de los gatos, fumador empedernido, obsesionado por el peronismo y sus internas, lector compulsivo con predilecciones bien marcadas por el policial negro norteamericano con Raymond Chandler a la cabeza. Cuando murió -recuerdo muy bien el día- tuvo una celebración periodística que no se hubiera imaginado. El verdadero Pàgina 12 -no el pasquín actual- lo sacó en tapa por primera vez en su vida, en un dibujo de Daniel Paz, de espaldas, caminando hacia vaya uno a saber dónde, acompañado de su gato. Después sus libros se dejaron de leer y ocurrió la anécdota de la compra de los derechos que ya mencionamos. Honestamente ignoro si alguien lo lee en la actualidad, salvo por ese snobismo que equivale a nada, lo mismo que ocurre con el chileno Bolaño, el colombiano Caicedo o nuestro compatriota Fogwill. En todo caso hay que esperar que lo que ocurrió con Soriano después de su muerte sea un exceso que el tiempo, más tarde o más temprano, pueda reparar.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)