27 abril 2015

De cómo Tácito y Huxley se vinculan con la derrota de Recalde


Por Humberto Acciarressi

De Tácito, aquel historiador, cónsul y senador de los tiempos de gloria del imperio romano, no ha quedado mucho, si bien los "Anales" o sus "Historias" tienen un viso bastante cercano a la completud. En algunos de los escritos menores que han sobrevivido, y siempre de acuerdo a las diferentes traducciones del latin, le dejó a la posteridad varias opiniones de algo que conocía bastante: el poder. Una de esas citas resume varias de sus reflexiones y dice que "el poder nunca es estable cuando es ilimitado". Veinte siglos más tarde, el siempre admirable Aldous Huxley -autor, entre otros libros, de la distopía "Un mundo feliz"- precisaba que los antiguos teóricos creían que la propaganda "podía ser cierta o ser falsa". Y, en consecuencia, introducía una variante: el desarrollo de una vasta industria de comunicaciones en masa, interesada no en lo cierto ni en lo falso, sino en lo irreal. Tácito y Huxley, en diferentes épocas, describieron esa forma del poder y sus instrumentos que se conjugan y dan forma a estructuras políticas como el kirchnerismo, el chavismo y otros engendros de esa naturaleza.

Las elecciones porteñas de este domingo confirmaron que el "relato" de los Kirchner y esa risueña y patética "guardia de hierro" que canta cosas de épocas que sus integrantes ni conocieron, no es de final abierto como postularía Umberto Eco, sino del estilo bien clásico: comienzo, desarrollo y fin. Aunque por su propia naturaleza, el relato fue pasando del clasicismo al surrealismo casi inevitablemente. Un "relato" que descansó siempre en lo irreal, en el decir de Huxley, no puede enfrentar la realidad cuando ésta desarrolla sus propios mecanismos de defensa, en contra de una ficción que ya ha dejado de coincidir con los deseos de quienes padecen el poder. Y para colmo, volviendo a Tácito, cuando ese poder pierde su estabilidad.

En estas elecciones porteñas para elegir precandidatos a Jefe de Gobierno se volvieron a manifestar estos vicios. Un buen ejercicio es recorrer las calles el día después y releer los carteles, ir a la hemeroteca y revisar las declaraciones y los apoyos, o meterse en You Tube y analizar, por ejemplo, las caras y los dichos de personajes tragicómicos como Aníbal Fernández, Tomada, Recalde, Scioli, Abal Medina, Rossi, Lubertino y compañía, además de los periodistas y mediáticos que atacan desde el poder a quienes no piensan como ellos.

El festejo pour la galerie de La Cámpora, los cantos de la década del setenta que el viento de la historia se llevó al olvido, la filosofía del aguante propia de los "camisas negras" de Mussolini y de "festejamos aunque seamos los últimos porque somos los primeros", ya ni siquiera asusta a los chicos. Son, sin medias tintas, patéticos. Lo que ocurrió el domingo por la noche en el bunker del kirchnerismo porteño fue la muerte simbólica del llamado "núcleo duro".

La Cámpora, que ya había perdido en cuanta elección en la que participó -desde facultades hasta intendencias-, ahora llevó al kirchnerismo (con seis listas más como colectoras), a una de las peores derrotas de su historia en Buenos Aires. Si hasta el siempre perdedor Filmus, al lado de Recalde, se debe haber sentido, en su fuero íntimo, un ganador. Y como leen muy mal la realidad, nadie le advirtió a Scioli -el único con alguna chance presidencial, al que le pegan más los duros K que la oposición-, que se borrara de ese tinglado patético en el que ni faltó el multiprocesado vicepresidente Boudou. En fin, un relato que quiere ser épico y no pasa de sainete.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)

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