31 diciembre 2014

La Penitenciaría Nacional (hoy Parque Las Heras) en 1877


Mirada sobre las miradas para cerrar un año y recibir otro


Por Humberto Acciarressi

Buenos Aires, la Argentina, el mundo. La historia como un vasto escenario de lo posible, una enorme extensión donde lo imposible no tiene límites. Como recordarás, en la película "Rashomón", de Akira Kurosawa, un crimen es diferente de acuerdo a las distintas ópticas de los protagonistas. El cine intentó otras aproximaciones, pero ésta quizás sea la mejor lograda. El mismo argumento recorre el mundo del arte y la cultura, pero también -lo cual lo hace altamente relevante- es una metáfora de la realidad. Es el observador el que carga de contenido -o se lo quita- al objeto observado. En este año que termina, el periodismo argentino (la elección no es casual) puede ser un buen ejemplo para quienes lo ejercemos, pero sobre todo para las generaciones futuras, para los investigadores que dentro de cien años se sienten a revisar las hemerotecas.

En este tinglado de cosas posibles e imposibles digno de Shakespeare (“Hay otros mundos pero están en éste”, escribió Paul Eluard), la mirada es una de las herramientas que tenemos para apropiarnos del paisaje y quienes lo habitan. Y esto no siempre les gusta a todos. No casualmente, Sartre aseguraba que “el infierno son los otros” y en ciertas culturas antiguas, la mirada del prójimo era casi una invasión a la propia privacidad. No otra cosa deben sentir aquellos a quienes la "otra" mirada les descubre sus robos, sus crímenes, sus falsos relatos. Actualmente se observa una rara paradoja gracias a las redes sociales. Los desconocidos se hacen populares y los famosos caen en una degradación consistente en mostrarse en sus estupideces más recónditas. Andy Warhol se quedó corto con su vaticinio, aunque como decimos los futboleros, le pegó en el poste.

En estos tiempos, la privacidad se pone en venta en los escaparates, lo público se ha extendido a límites de pesadilla y los quince minutos de fama enunciados por el sumo sacerdote del pop están al alcance de cualquiera. Las miradas, hace unos años con horizontes limitados, se vuelven locas. La multiplicidad de noticias y redes sociales se han convertido en la más útil de las máquinas del tiempo e incluso han superado a las de la ciencia ficción. Este fenómeno pone en duda la observación, la vuelve iracunda, serena, melancólica, perdida, de soslayo, indiscreta, calculada. Y nadie puede argumentar que esas miradas estén equivocadas o sumergidas en una relatividad que le pondría los pelos de punta al propio Einstein. Ya no hay una sola forma de mirar las cosas. En algunas oportunidades, en esta misma columna, hemos señalado cuáles son, a nuestro juico, los peligros de esta situación irreversible. Ahora señalamos una buena: en este contexto, los dogmas caen por la borda. O para decirlo en porteño, ya nadie tiene la vaca atada.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)

¿Quién te dijo que estoy mal?, preguntó ella


Betty Boop, pionera sensual del universo del cartoon


Por Humberto Acciarressi

Desde los años en que la historieta se destapó con toda la furia y sus páginas comenzaron a estar pobladas por las chicas más lindas y sexys que cabe imaginar (hasta los tradicionalistas japoneses entraron en el juego con las nenas de ojos occidentales de los animé y los manga), es difícil pensar un tiempo en el cual un dibujo animado, una muchachita de enormes ojos redondos, pestañas movedizas, voz sugestiva, pollera cortita y ligas, iba a ser el terror de los puritanos. Para colmo, Betty Boop se contorneaba al ritmo de las músicas de Cab Calloway, Don Redman y del propio Louis Armstrong. El comentario más repetido cuando nació en agosto de 1926 en los estudios de Max Fleischer, era que estaba inspirada en Mae West o Claudette Colbert.

La historia registra que su aparición fue en “Dizzy Dishes”, donde era una especie de mujer-perra que erotizaba los instintos caninos de Bimbo, un perro humanizado. Demasiada zoofilia para esos años. Poco después, ya era la Betty tradicional, de melenita corta, boca con forma de corazón y un cuerpito insinuante que volvía locos a los hombres y la bronca sin par de la cantante Helen Kane, que le entabló una demanda por… ¡apropiación ilegítima de personalidad!. Esto último prueba que estúpídos hubo siempre.Su creador, Myron "Grim" Natwick, la hizo rebelde y una vez escribió: "Aunque nunca fue vulgar ni obsena, Betty era una sugestión que uno podía deletrear en tres caracteres: S-e-x”.

La chica animada era lo que hoy conocemos, popularmente, como "una histérica". A algunos hombres dibujados los seducía y, cuando el plato parecía servido, les pegaba una cachetada. En algunas oportunidades, el episodio culminaba con un paréntesis que sugería el mejor desenlace para el galán, aunque en el dibujo jamás pasaba nada. La libertad de Betty duró apenas cuatro años. Cuando los yanquis puritanos inventaron el Código Hays para la censura, una de las primeras víctimas fue... Betty Boop. Al principio hubo resistencias, pero en 1934 los moralistas le ganaron la batalla: la obligaron a estirar sus faldas y a perder la picardía. La seducción se volvió estupidez. Las insinuaciones al ritmo de “Esa es mi debilidad” se volvieron resignaciones acompañadas por el “Blues de la limpieza hogareña”.

La pobre Betty se fue consumiendo en una anemia terminal, mientras quienes le habían quitado la sangre se ensañaban con otras colegas ficticias, como la Jane de Tarzán. Aunque llegó a los cien cortos (de uno de ellos surgió Popeye), la Boop murió irremediablemente en 1939, cuando comenzaba la Segunda Guerra Mundial y el mundo estaba muy aterrado como para preocuparse por un dibujito animado. El “boop-boop-a-doop” de Betty se perdió en el tiempo. Tuvo alguna aparición esporádica y su "padre", que vivió hasta los cien años, tuvo el mal gusto de sobrevivirla medio siglo. La última vez que se la vio, batía con nostalgia sus pestañas en “¿Quién engañó a Roger Rabbit?”, donde se enamoraba vanamente del protagonista. Vaya un recuerdo, entonces, por esa chica que inundó de sensualidad los cartoons de los años


(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)


Jerome David Salinger, aquel ilustre desconocido


Por Humberto Acciarressi

En breve se cumplirán cinco años de su muerte silenciosa, sin estridencias, en su inexpugnable cabaña de New Hampshire. Falleció a los 91 años casi como había vivido: a hurtadillas, de "muerte natural", como si existiera algo que pueda denominarse así. La verdad es que en esa madrugada de enero de 2010, Jerome David Salinger ya hacía cuatro décadas y pico que no publicaba nada. Ese silencio inexpugnable se había roto fugazmente en los comienzos de los años 80, cuando concedió una extraña entrevista. Esta especie de Greta Garbo de la literatura ya había dado una nota a Lacey Fosburgh, del "The New York Times". en 1974. Fue cuando sostuvo eso de "vivo para escribir, pero escribo para mí mismo y mi propia satisfacción. No publicar me reporta una maravillosa sensación de paz. Publicar es una terrible invasión de mi privacidad".

Como era un maniático de no dar señales de vida, llegó a dudarse de su existencia. Se sabía que ese extraño personaje -real o no- había combatido en la Segunda Guerra Mundial y que tuvo un papel activo en el desembarco aliado en Normandía; donde conoció a su efímera esposa Sylvia, funcionaria nazi de la que se enamoró después de detenerla. Publicó algunos relatos y, en 1951, salió de la imprenta "El guardián entre el centeno", la novela que narra las peripecias de Holden Caulfield que lo proyectaría a una fama no deseada pero inevitable. Esta se convirtió en obra de culto de varias generaciones. Tal vez el más famoso de sus lectores haya sido Mark Chapman, el asesino de John Lennon, quien dijo haber cometido el crimen inspirado en el relato. Fue, además, el libro de cabecera de Bill Gates. Y en el medio de ambos, miles y miles de famosos o anónimos lectores.

Siguieron "Nueve cuentos" en 1953, "Franny y Zooey" (el más flojo de todos) en 1961, y "Levantad, carpinteros, la viga maestra y Seymour: una introducción" (un libro con dos relatos editado en 1963 y que previamente había publicado The New Yorker). Después, el silencio. El escritor entabló demandas para detener la publicación de biografías suyas, lo que logró apenas a medias, ya que una de ellas, muy buena, es la de Ian Hamilton. Entre los homenajes recibidos luego de su muerte estuvo el tema "Catcher in the Rye", de Axl Rose, del álbum "Chinese Democracy". Especialista en levantar muros en torno suyo, no evitó que tres mujeres le quitaran algunos secretos. La primera de ellas, Betty Eppes, le arrancó algunas frases para un entrecortado reportaje. Las otras dos fueron más contundentes y dejaron testimonio en libros. Una fue su ex amante Joyce Maynard. La otra, la más cruel, fue nada menos que su hija Margaret "Peggy" Salinger. Entre las cosas más leves que contó la chica, figura que a su padre le encantaba beber su propia orina, que le pegaba a su esposa y que era hiperadicto a la TV basura. J.P.Salinger aún vivía y no dijo nada.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)

Las primeras apariciones de Superman










Ripley bien valía un viaje en el Nostromo


                                   
                                                                                    



30 diciembre 2014

Lizzy Caplan, la sexy agente Lacey en The Interview





Mafalda y el año que viene


Arte efímero por dos tragedias aéreas


El artista indio Sudarshan Pattnaik, en una muestra arte efímero sobre la arena, le da los toques finales a la escultura con la que retrata los dos aviones desaparecidos: el Air Asia QZ8501 (al momento de subir este post sus restos ya fueron encontrados en el mar) y el Malaysia Airlines MH370. La obra la realizó en Golden Sea Beach en Puri, a unos 65 kilómetros al este de Bhubaneswar.

La Batalla de Agincourt en una miniatura del siglo XV


Al final, al hijo de Rockefeller se lo comieron los caníbales


Por Humberto Acciarressi

Dicen que, en su momento, la noticia conmovió al mundo. Y eso que por esa época, el planeta estaba en problemas tales como temblar al borde de una guerra nuclear. Pero se entiende si se considera que el protagonista de esta historia era nada menos que el hijo de Nelson Rockefeller, en ese momento gobernador de Nueva York (además de esa, lo fue tres veces más) y luego vicepresidente de los Estados Unidos, bajo el mandato de Gerald Ford. Todavía el apellido era sinónimo de la más grande fortuna y su familia una de las más poderosas del mundo. Su hijo menor y heredero, Michael Clark Rockefeller, tenía apenas veinte años cuando viajó en una expedición del Museo Peabody de Arqueología y Etnología a la Nueva Guinea Neerlandesa para estudiar la cultura de los Dani.

Ese viaje fue un éxito y hasta dio el material para un documental producido por Robert Gardner titulado "Dead Birds", para el que el joven multimillonario hizo la grabación del sonido. Era tanto el entusiasmo de Michael, que antes del retorno de la expedición, se hizo un viajecito con un compañero para estudiar la tribu Asmat, en el sur de la isla. Finalmente volvió a los Estados Unidos, pero para fines de 1961 estaba otra vez en Nueva Guinea. Le interesaba el arte de la cultura sueña que había visto muy superficialmente. El 17 de noviembre, el joven heredero y el antropólogo holandés René Wassing cayeron al agua de un río al darse vuelta la canoa en la que viajaban y flotaron a la deriva.

Los dos guías con quienes recorrían la zona no alcanzaron a ayudarlos y dieron el alerta. Al día siguiente rescataron a Wassing, quien contó que Michael le había dicho "creo que puedo lograrlo", antes de ponerse a nadar hacia la orilla. Nunca más lo encontraron y lo dieron por muerto en 1964, es decir tres años después. Pero el misterio persistió, ya que la búsqueda -por ser quien era- fue sostenida en tiempo y recursos. En 1969, el periodista Milt Machlin (entre otras cosas creador de las expresiones "Triángulo de las Bermudas" y "El abominable Hombre de las Nieves") viajó a Nueva Guinea porque estaba convencido de que Rockefeller hijo estaba secuestrado por una tribu. Pero lo que descubrió fue otra cosa, que el joven etnógrafo y casi todos ignoraban: esos muchachos que hacían un arte muy especial, eran caníbales. Antes de irse, Machlin filmó todo lo que pudo.

La cinta de 16 milímetros rodada en tierras papúas, que el autor nunca mostró y que permaneció guardada hasta ahora, dejó de lado historias como la que sostenían que se lo había desayunado un cocodrilo o que se había ahogado. Ahora, gracias a este documental, ya no quedan dudas. Michael fue el plato más caro que se comieron los caníbales de Nueva Guinea en toda la historia de su cultura carnívora. Su padre murió en enero de 1979, es decir 18 años más tarde. El viejo Rockefeller tenía 70 años y se dijo que falleció en su oficina de un ataque al corazón. Esto era cierto, pero en verdad le agarró teniendo sexo con su secretaria Megan Marshak, de 27 añitos y medio boba, porque se dio cuenta de lo que pasaba como media hora más tarde, y cuando llamó al servicio médico ya era tarde. Su esposa, Mary Todhunter, que no podía olvidar al hijo, le encargó a un detective privado una investigación en las lejanas islas. Apenas se sabe que el hombre retornó con tres cráneos, de raza europea, de víctimas del canibalismo. El análisis genético hecho con posterioridad nunca fue dado a conocer por la familia.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)


27 diciembre 2014

Las escandalosas tapas de los discos de Bert Henry


Bert Henry fue, durante los años 50 y 60, un comediante de gran fama que comenzó en Los Angeles y se extendió a todos los Estados Unidos. Trabajó en televisión y, sobre todo, en clubes nocturnos en vivo. Muchas de sus representaciones se convirtieron en discos de vinilo, que escandalizaron a muchos por sus bizarras portadas con mujeres desnudas y semidesnudas.


 


Como están los protagonistas de ALF en la actualidad


Max Wright, es decir Willie Tanner en la serie, en la actualidad tiene 71 años y actúa en teatro.

Con 65 años, Anne Schedeen, es decir Kate, dejó la actuación y hoy es anticuaria

La hermosa Andrea Elson, hoy de 45 años, tenía el papel de la hija adolescente: Lynn Tanner


Benji Gregory, el actor que interpretaba a Brian Tanner, tiene hoy 36 años

Anne Meara, hoy de 85 años, era la abuela Dorothy. Es, además, la madre de Ben Stiller

Un bebé oso come miel de una taza, 1950


The Getaway

Los cuerpos pintados de Choo-San


Choo-San, una joven artista de la universidad de Musashino, en Tokio, empezó pintándose la palma de las manos mientras atendía sus otras clases y decidió perfeccionar esa técnica. Fue así que comenzó a pintar en los cuerpos obras hiperrealistas, con pinturas acrílicas luego fotografiadas. Lo interesante es que como no quería saber nada con el abuso de la tecnología, ninguna de sus obras fueron tocadas con el Photoshop.