02 septiembre 2014

Bogart y ese antihéroe que no puede morir


Por Humberto Acciarressi

Humphrey Bogart era por sobre todas las cosas un excelente actor. Pero con eso no alcanza para aclarar la perdurabilidad de su nombre y el porqué su estampa de héroe solitario sigue pegando fuerte a tantos años de su muerte, acontecida el 14 de enero de 1957. Desde que protagonizó a un gánster acorralado en "El bosque petrificado" hasta sus últimas apariciones en "Horas desesperadas" y "La caída de un ídolo", Boggie creó uno de los personajes más atrayentes de la historia del cine. Y encontró su pico más alto en los filmes de John Huston: "El halcón maltés", "El tesoro de la Sierra Madre", "La reina africana" (con la que obtuvo un Oscar) y naturalmente en "Casablanca", de Michel Curtiz.

Había nacido el 23 de enero de 1899, hijo de un cirujano y una ilustradora de revistas. Como estudiante cosechó los suficientes aplazos para que el día que se hartó e insultó a un profesor, todos respiraran aliviados con su expulsión. Su paso por la marina, sus estudios de teatro, una herida de guerra en el labio que derivó en su particular forma de hablar, algunos matrimonios frustrados antes del definitivo, su activa militancia en contra del macartismo en plena guerra fría, en compañía de su esposa la brillante Lauren Bacall, sobre la que escribimos hace poco, son algunos de los datos que pueden apuntarse sobre su vida.

Pero para hablar de Boggie no queda más remedio que referirse a sus personajes ¿Cómo era el duro interpretado por este actor sin par? No era de esos tipos bellos en el sentido clásico; no tenía esa musculatura o el bronceado que algunas mujeres ponen por sobre los demás atributos masculinos; casi siempre era un perdedor nato, de esos que reciben palizas y cada tanto se juegan una patriada que los convierte en héroes por un día. Y a pesar de todo atraía a las damas, que muy pocas veces confiaban en él (lo cual era recíproco). Esos amores imposibles con Ingrid Bergman en "Casablanca" o con Mary Astor en "El halcón Maltés", por dar dos ejemplos, han quedado estampados en el imaginario colectivo como las grandes pasiones del cine. O la locura patética del oficial de "El motín del Caine", uno de sus mayores papeles en la pantalla.

En general, los personajes de Bogart son siempre inestables en la socialización con el resto de los mortales: son detectives, soldados, delincuentes. Habitantes perpetuos del lado oscuro de la vida; sin familia y con un círculo de amigos que jamás excede el número de dos; héroes o villanos, pero simpáticos en su antipatía; solitarios en lucha contra el destino; desdeñosos e indiferentes. En fin, los famosos "duros" que además tienen esa cuota de romanticismo tardío (que no poseen los que se hacen los duros y son tarados ingenuos), surgidos de las páginas de Raymond Chandler y Dashiell Hammett.

En su vida cotidiana las mujeres lo definían como "un dulce". Así y todo, su sonrisa torcida, la forma irónica de mirar a las damas, las maneras de tomar un whisky o encender un cigarrillo, su sempiterno impermeable, su sombrero de ala caída y esa conversación cansina, son atributos que todos los hombres han envidiado más de una vez. Por eso, el papel de Woody Allen en "Sueños de seductor", de Herbert Ross, causa tanta ternura. Se cuenta que en una oportunidad, un periodista le preguntó por qué no era más amigable con sus admiradores. Bogart respondió: "La única cosa que uno le debe al público es una buena actuación". Genio y figura hasta la sepultura.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)



LAUREN BACALL, BOGART Y MARILYN MONROE