08 agosto 2014

Un hongo de terror sobre la ciudad de Hiroshima


Por Humberto Acciarressi

A las 8.05 del 6 de agosto de 1945, los tripulantes del avión bombardero "Enola Gay" echaron un vistazo hacia abajo y divisaron la costa de Honshu. En los códigos secretos, esa línea sinuosa era conocida como el "Punto inicial": a diez minutos de vuelo se encontraba el objetivo. Unas horas antes, cuando ya habían despegado de la base de Tinian (la misión era rigurosamente secreta), el comandante Paul Tibbets le había comunicado a su azorada tripulación la naturaleza de la bomba que la nave llevaba en su vientre de acero.A las 8.14 el avión pasó sobre el puente Aloi, "Punto final" de referencia. En los auriculares de la tripulación comenzó a sonar un zumbido que indicaba que "Little Boy" estaba listo para desprenderse sobre el blanco.

Abajo, la población de la ciudad comenzaba a despertarse. Los chicos iban a la escuela y sus padres al trabajo. Los diarios informaban que la capital nipona, Tokio, se encontraba prácticamente en ruinas como consecuencia de los ataques aéreos, y que los aliados intimaban la rendición del Japón. La mañana -recordó años más tarde el doctor Michihiko Hachiya - era tibia, apacible y hermosa. Alguien cuyo nombre no se sabrá nunca miró su reloj: eran las 8.15. A diez mil metros de su cabeza, en el oído de los tripulantes del "Enola Gay" cesó el zumbido.


Cuarenta y cinco segundos más tarde, el dueño del reloj y otros 120.000 seres humanos, los niños y los ancianos, las malas y buenas gentes, los árboles y los animales, las alegrías y las tristezas, las iglesias, los hospitales y 70.000 edificios, fueron convertidos en un vapor ardiente que subió al cielo en forma de hongo. Hiroshima, el primer blanco atómico de la historia, había dejado de existir. Cuentan los historiadores un tremendo episodio que ocurrió en la Casa Blanca. Truman estaba entusiasmado con tirar una segunda bomba, cuando su asesor presidencial Stimson le dijo: "Después de haber castigado a su perro, no se encapriche en perseguirlo". Japón estaba desquiciado. El almirante Leahy también le dijo al presidente que una segunda bomba convertiría a los conductores de los Estados Unidos en bárbaros de la Edad de Bronce. No hubo caso. Tres días más tarde, otro "paquete atómico" borraba del mapa la ciudad de Nagasaki.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)