03 mayo 2014

En la vanguardia, siempre la poesía


Por Humberto Acciarressi

Allá por los terribles tiempos del nazismo (aunque Borges sostenía, con buen criterio, que "nos han tocado tiempos difíciles" y añadía... "como a todos los hombres"), los bárbaros saquearon la casa de Saint-John Perse y destruyeron todo, incluyendo sus poemas inéditos. Cuentan quienes lo acompañaban por esos días que el escritor, temeroso, angustiado, en un momento sacó fuerzas y les dijo: "Después de todo no importa. Yo soy poeta, lo que me pase es secundario". Casi tres décadas más tarde, en la Argentina, Alejandra Pizarnik reclamaba "alguna palabra que me ampare del viento, alguna verdad pequeña en que sentarme y desde la cual vivirme". Diferentes y sin embargo parecidas maneras de definir la poesía, o eso que para Aldo Pellegrini consistía en una manera de estar en el mundo y convivir con los seres y las cosas.

Ahora, organizado por el gobierno porteño y en el marco de la Feria del Libro pero con escenarios en toda la ciudad, se llevará a cabo el IX Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires, del que participarán poetas de más de treinta países, entre el 2 y el 7 de mayo. En esta oportunidad, además del lógico escenario del predio de la Rural, la celebración poética se extenderá a los bares notables, las plazas, los mercados, las calles de esta ciudad que siempre palpita de poesía. Aún cuando el género no se venda demasiado y los libros que se le atreven parezcan souvenirs para repartir entre amigos, la poesía es lo que más se escribe. Aunque en ocasiones no se lo confiese. En cierto sentido es verdad que parecen melancólicas imágenes de un pasado desconocido para nosotros los tiempos en que Víctor Hugo tenía los funerales de un emperador; las amas de casa hablaban de Carriego, Darío, Neruda, Vallejo, Rilke y compañía por las calles del mundo; o las mujeres florentinas -ejemplos de "fe poética" - se cruzaban de vereda para no tener que charlar con Dante, ese escritor que "había bajado al Infierno".


En 1975, en la fría península escandinava, Eugenio Montale, acostumbrado a los veranos mediterráneos, dijo al recibir el Premio Nobel de Literatura: "Estoy aquí porque he escrito poemas, un producto absolutamente inútil, pero casi nunca nocivo, y ese es un título de nobleza. Pero no el único, siendo la poesía una producción o una enfermedad totalmente endémica e incurable". La poesía necesita honduras, abismos propios y ajenos. Walt Whitman observaba que "para tener grandes poetas, debe haber también grandes públicos". Muchas veces, entre el fragor de lo mediático y los problemas de lo cotidiano, uno siente que la palabra se empobrece y la sensibilidad pierde sentido. Aunque parezca inconcebible, la poesía resiste y el nuevo milenio encontró a las nuevas generaciones trabajando en ella, soñando con ese auditorio silencioso pero selecto con el que el viejo Walt soñaba. La celebración porteña de la poesía es una buena oportunidad para seguir construyéndolo.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)