24 mayo 2014

Cortázar, Rayuela y una obra en la ex Munich


Por Humberto Acciarressi

No parece casual que un juego que tiene por alegoría alcanzar el Cielo, sea el que de nombre a una de las novelas más importantes del siglo XX en lengua castellana. Y eso, con el añadido que antes de titularla "Rayuela", Julio Cortázar había desechado por pretencioso el de "Mandala" (sencillamente horrible). Editada en 1963 por la editorial Sudamericana, con la inolvidable tapa de color negro y el dibujo del juego que hoy casi nadie conoce, el autor la definió un día como "la experiencia de toda una vida y la tentativa de llevarla a la escritura". Ya hemos escrito sobre esta obra que narra las vicisitudes de Horacio Oliveira, de la Maga, de Rocamadour y compañía en 155 capítulos que pueden leerse de tres formas diferentes. Ese "elige tu propia aventura" con el que Cortázar desafió a los lectores de varias generaciones, lo puso al tope de quienes integraron el boom latinoamericano, "el argentino que se hizo querer por todos" en palabras de García Márquez.

Con "Rayuela", Cortázar se enfrentó a los postulados culturales de su generación y los paradigmas estéticos vigentes, sin preocuparse si también él caía en la volteada. El escritor, que prefería calificar como "contranovela" su novela, en lugar de "antinovela" al estilo de los antipoemas del eterno Nicanor Parra, caló bien hondo en la rebeldía de una generación que recién entonces comenzaba a dar sus primeras novedades. Hay quienes dicen que el libro fue el primero realmente surrealista de la Argentina. En verdad es mucho más que eso, aunque al escritor no le molestaba ser emparentado con Bretón y sus epígonos literarios y artísticos.

Ahora, como ya hemos escrito en columnas anteriores, el Año Cortázar es conmemorado (incluso con afecto extraliterario) en todo el mundo y, naturalmente, en la Argentina. Uno de esos homenajes tendrá lugar este sábado y el siguiente, a las 17, en la Dirección General de Museos porteña (Avenida de los Italianos 851), es decir en el hermoso y renovado edificio de la ex- Munich, con la proyección del documental "Andábamos sin buscarnos", de la directora Daniela Lozano. Es una grabación en blanco y negro, realizada en el barrio de Belgrano R, Tigre y Florida, sitios que sirvieron para recrear el Paris de los años 60 en los que transcurre la historia. El acompañamiento en vivo del trompetista Juan Cruz de Urquiza completa la performance de la que la autora -que intercala textos propios en algunos capítulos de "Rayuela"- dice que realizó con el objeto de conformar "una experiencia sensorial e intelectual". Para quien pueda no recordarlo, "andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos" son unas líneas del segundo párrafo del capítulo 1 de la obra cumbre de Cortázar.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)